‘El País’ publica una entrevista oficial (en todos los sentidos) con el nuevo presidente del Gobierno. Es la segunda desde que llegó al poder. Si la anterior, en Televisión Española, llamó la atención por la dócil obsequiosidad de los entrevistadores, esta resulta no apta para diabéticos, tanto es su dulzor. Se dice en la entradilla que, durante la conversación con Sánchez, se respiraba en la sala “un ligero olor a incienso, una fragancia que le gusta mucho”. Se nota.

El titular de portada da una noticia espectacular: el presidente anuncia que se propone acabar con la explotación laboral. Pensando que al fin veremos culminada en España la obra que inició Karl Marx hace 200 años, uno se precipita al texto, no sin cierta aprensión ante la magnitud de la tarea. En la letra pequeña se comprueba que se trata básicamente de reforzar la inspección laboral para evitar abusos. Bueno, eso parece algo más realista.

La tónica permanente del discurso presidencial es ese contraste entre la grandiosidad de los enunciados y la modestia de los compromisos concretos. Lo primero sirve al propósito de afianzar la idea de que su llegada al poder marca “un cambio de época en la política española”, que el propio Sánchez explicita por si los historiadores no se habían enterado. Lo segundo es más acorde a la realidad de un gobierno sostenido por el 22% de los votantes y el 24% de los diputados, y que, en el mejor de los casos, dispone de 20 meses plagados de citas electorales.

Por eso Sánchez desgrana una retahíla de cosas que quiere hacer, pero se cuida de añadir una cláusula genérica de salvaguardia: “La culminación de todos esos trabajos será en la próxima legislatura, ahora solo podemos ofrecer mejoras parciales”. Lo que se anuncia no es lo razonablemente realizable en unos meses, sino el anticipo del próximo programa electoral del PSOE. El objetivo no es llegar a 2020 –que podría precipitarse en cualquier momento-, sino garantizar el poder al menos hasta 2024.

Mientras, este Gobierno intentará ir haciendo lo que sea compatible con sus limitadas posibilidades; y, sobre todo, lo que no ponga a prueba su raquítica minoría parlamentaria. Lo demás, incluida la épica, tendrá que ponerlo la retórica.

Lo que ya se sabe con bastante certeza es lo que no hará. He aquí un listado de “pequeñas” cosas que no sucederán, al menos en esta legislatura:

No habrá reforma de la Constitución. Ni siquiera llegará a ponerse en marcha formalmente el mecanismo de la reforma, porque de ninguna forma podrá contarse para ello con la colaboración del PP, de Ciudadanos ni de los nacionalistas.

No habrá un nuevo sistema de financiación autonómica. Aplazado desde 2013 y, ahora, aplazado de nuevo hasta las calendas griegas. Principalmente porque (“hay que ser realista”, se disculpa Sánchez), quiere habilitar antes un espacio de negociación bilateral con Cataluña, aunque ello suponga postergar a otras 14 comunidades autónomas. Primero se decide qué porción del pastel hay que entregar al gobierno de Torra para que se desinflame; y después, si eso, ya se repartirá lo que quede. Muy federal no parece, pero así es la vida.

No se cambiará el régimen jurídico de Cataluña. Ni pensar en abrir ahora el melón del Estatuto. Habrá que tirar con lo que hay, y rezar para que los independentistas no enloquezcan de nuevo (ganas y ocasiones no les faltarán).

No habrá un nuevo modelo de relaciones laborales. Porque de las primeras cosa en caer fue la derogación de la mil veces maldecida reforma laboral de Rajoy. Por ahora se puede convivir con ella, sólo necesita leves retoques.

No habrá cambios sustanciales en la política económica y presupuestaria. Ya veremos si hay votos para aprobar el julio el techo de gasto. En todo caso, las barreras del déficit –y por tanto, del gasto público- son infranqueables, se ponga Iglesias como se ponga. Para eso se ha traído de Bruselas a Nadia Calviño.

No habrá reforma del sistema de pensiones. Ya se ha roto el intento de consenso en el Pacto de Toledo, y no se recompondrá mientras haya unas elecciones en el horizonte visible. Liderar esa reforma es tarea demasiado grande para un gobierno que en la moción de censura se autocalificó como temporal, aunque ahora gesticule como si acabara de ganar unas elecciones con mayoría absoluta y tuviera ocho años por delante.

Ya se ha roto el intento de consenso en el Pacto de Toledo, y no se recompondrá mientras haya unas elecciones en el horizonte visible

No habrá pacto educativo. El PSOE se levantó de la mesa con pretextos vacuos para no dar esa baza a Rajoy –exactamente igual que hizo el PP en tiempos de Gabilondo- y ahora recibirá una dosis de su propia medicina. La educación tendrá que seguir esperando, es nuestro sino fatal con estos políticos.

No habrá un nuevo modelo energético. La transición energética necesita tiempo, un debate de fondo en la sociedad, un gran volumen de recursos, capacidad de concertar enormes intereses contradictorios entre sí y mucha autoridad política. Todo lo que falta en España en este momento.

No habrá un verdadera reforma fiscal. Salvo que se considere así la propuesta de Sánchez de crear un nuevo impuesto a las multinacionales tecnológicas y hacer pagar más a los bancos –que ya veremos en qué acaba. Conformémonos, de momento, y no sería logro pequeño, si el ministro de Cultura consigue convencer a su colega de Hacienda de que repare el desastre del IVA cultural.

Sánchez convocará las elecciones cuando crea tener la certeza demoscópica a su favor, ni un segundo antes ni un minuto más tarde

No se cambiará la ley electoral. Primero, porque todos sus elementos estructurales están en la Constitución; y segundo, porque la probabilidad de que los partidos alcancen un acuerdo en esta materia tiende a cero.

Según el presidente, hay una undécima cosa que tampoco sucederá: No habrá elecciones generales anticipadas. Prometió lo contrario en la moción de censura, pero es lo que dice ahora. Son promesas de mercader en ambos casos. Sánchez convocará las elecciones cuando crea tener la certeza demoscópica a su favor, ni un segundo antes ni un minuto más tarde.

Si repasamos la lista de las diez cosas que este Gobierno no podrá hacer en su actual circunstancia, se comprueba que todas ellas se corresponden con los principales problemas de España. La pregunta inevitable es: si esto es así, ¿para qué diablos necesita Sánchez dos años?

Lo han adivinado: la respuesta está en la undécima.