José Antonio Zarzalejos-El Confidencial

Escribió Camilo José Cela (‘El País’ de 26 de marzo de 1983) que «el asno de Buridán ilustra la miseria que acecha a los indecisos. A medio andar de dos idénticos y equidistantes montones de heno, el asno de Buridán se moría de hambre en la duda de hacia dónde tirar, sin razón alguna para la preferencia del camino. El menor soplo de viento o el más mínimo destello entre las briznas podrían resolver la incertidumbre, pero las leyes de la mecánica imponen su despótica e inexorable fuerza, y el asno muere de hambre pese a estar rodeado de nutritivos recursos de vida».

Pedro Sánchez busca con el debate a cinco (es decir, con la presencia del extraparlamentario líder de Vox) el colapso de toda la derecha, el estupor de sus potenciales votantes y que los indecisos desistan y desfallezcan como el asno de Buridán, es decir, que pudiendo optimizar su voto frente al PSOE no logren tomar una determinación ante la similitud de opciones que se le ofrecen.

 Evidentemente, ni Rivera ni Casado han podido sustraerse a la convocatoria de La Sexta y de Antena 3, pero han de ser muy conscientes de que el día 23, con un Abascal que nada tiene que perder, se juegan, quizás, la campaña. El candidato socialista —ya lo he escrito— sabe bien que Vox es un artefacto de destrucción de la derecha democrática española y por esa razón —y solo por esa— ha aceptado el desafío.

El PP durante dos décadas ha evitado al centro y la derecha españoles el síndrome del asno de Buridán ya que no les obligaba a escoger porque el partido era un espejo de familias ideológicas razonablemente avenidas: liberales, conservadores, democristianos y hasta tecnócratas. Ese partido transversal en la derecha ya no existe por razones bien estudiadas. Y lo cierto es que ese sector tiene ahora la alternativa liberal de Ciudadanos —si bien disminuida—, la agreste de Vox, y la mediana pero desconcertada de los populares. Sánchez sólo tiene que intentar acentuar las contradicciones de las «tres derechas» y excitar más el celo entre ellas para que sigan compitiendo en sus particulares primarias. Divide y vencerás.

Sánchez solo tiene que intentar acentuar las contradicciones de las «tres derechas» y excitar más el celo entre ellas

Puede ser que no esté todo el pescado vendido y que todavía haya partido. No por lo que haya pronosticado el CIS cuyo director luego matiza e, incluso, desmiente. Sino porque todos los sondeos convergen en un mismo diagnóstico: el alto porcentaje de indecisos. Ante los que, en principio, están mejor situados Sánchez y los nacionalistas tanto catalanes como vascos. La miseria que «acecha a los indecisos» —como escribía nuestro Nobel— está más en la derecha que en otra localización ideológica.

Y el día 23, Sánchez quiere darle verduguillo a la posibilidad de un resultado «a la andaluza» y disparar las posibilidades del PSOE (las suyas) para ejecutar el plan que masculla desde que disolvió las Cortes: gobernar en solitario con una amplia minoría y geometría parlamentaria variable. El socialista no haría ni en sueños ministro de Interior a Pablo Iglesias, que es el último recurso de supervivencia del líder morado.

¿Es el debate un instrumento adecuado para transformar en determinado al indeciso y para convertir al dubitativo en asertivo? Sí. Porque es un espectáculo televisivo de primer orden. El que se celebró el 7 de diciembre de 2015 (Sánchez, Iglesias, Rivera, Sáenz de Santamaría) tuvo una audiencia de 9.233.000 espectadores, haciendo Antena 3 un ‘share’ del 26,2% y La Sexta del 22%. El cara a cara de Sánchez-Rajoy (que ahora no se repetirá con Casado), emitido por varias cadenas, los espectadores llegaron a casi los 10 millones lo que representó un 48,7% de cuota de audiencia. Por fin, el debate múltiple previo a las elecciones de junio de 2016 (Rajoy, Sánchez, Rivera e Iglesias) superó los diez millones y medio de espectadores con un 57% de cuota de audiencia.

¿Es el debate un instrumento adecuado para transformar en determinado al indeciso y para convertir al dubitativo en asertivo? Sí

El debate del día 23, en consecuencia, va a contar con un auditorio posiblemente más numeroso que los anteriores y su efecto, por esa razón, podría ser decisivo, mucho más por los errores de los intervinientes que por sus aciertos. Si Rivera y Casado se pelean y Abascal arremete contra ellos («la veleta naranja» y la «derechita cobarde»), Sánchez se lleva el gato al agua y consigue su propósito.

Si queda un gramo de inteligencia política en el PP y Ciudadanos —Vox va a reventar el ‘statu quo’— sus líderes pactarían sus intervenciones en coherencia con su versión canónica según la cual el peor mal que se cierne sobre España es un Gobierno presidido por Sánchez. Por su parte, el candidato socialista —que ha infligido a TVE un golpe casi letal a su reputación como televisión pública— adecuará su táctica a la que le aconsejen las circunstancias, aunque aspira a que los espectadores indecisos de la derecha padezcan el síndrome «miserable» del asno de Buridán. Y desfallezcan.