ABC-JON JUARISTI

PROVERBIOS MORALES Un año de Gobierno socialista ha bastado para comprobar la solidez de sus principios

POCO después de adquirir Itzea, la casa de Vera de Bidasoa, cuenta Baroja que, al remover la tierra del huerto, en una de las esquinas, comenzaron a aflorar huesos humanos, fémures, mandíbulas con dientes, esqueletos alineados en paralelo con la cabeza hacia la tapia. Según el escritor, lo más probable es que fueran de ingleses del ejército de Wellington, porque, durante la Guerra de la Independencia, hubo en la casa un hospital de campaña. Descartaba que fueran de combatientes de las guerras carlistas, pues «estarían enterrados en el cementerio o algún que otro en el campo». A propósito de este hallazgo, Baroja comenta: «¡Qué pronto aparece la historia en los países viejos!». Lo que debe entenderse en un sentido funeral y arqueológico. Qué pronto comienzan a aparecer enterramientos en países viejos como los de Europa, saturados de una historia que casi nunca se recuerda, porque pasa, más que veloz, atolondrada.

Por ejemplo, el Gobierno salido de la moción de censura ha cumplido un año sin que nos hayamos dado cuenta (y debería ser importante subrayarlo, porque nunca antes estuvo tanto tiempo en funciones un Gobierno que no salió de las urnas, que se apoyó desde el primer momento en partidos separatistas y comunistas, y que dedica los últimos días del veraneo a intentar convencernos de que, por fin, se ha puesto a pensar en la necesidad de elaborar algo parecido a un programa). Pero no iba

a hablar de este lamentable Gobierno sino de lo veloz y acelerado del paso de la historia y de lo rápidamente que cambian las firmes convicciones éticas de los socialdemócratas.

Así, puestos ante la probabilidad de unas elecciones generales en noviembre, la compasión y el humanitarismo de quienes no se resignaban hace un año a abandonar a su suerte a los refugiados o emigrantes o lo que fueran recogidos en el mar por el Open Arms, se despepitan hoy por endosar un cargamento similar del mismo barco al gobierno italiano, que, como es de extrema derecha, no ha pasado todavía la prueba del algodón en lo de la compasión universal y el igualitarismo. Y es que el más que centenario partido socialista español, todo amor por la humanidad desde su fundación, se huele que, ante la crisis galopante de la UE, causada fundamentalmente por el abatimiento de las fronteras exteriores y la desastrosa manera de afrontar la inmigración caótica, incluso los españoles, que mira si son inasequibles a la realidad europea, se sienten cada vez más afines a la mayoría de los europeos en lo que concierne a estos asuntos.

Es decir, que están cada vez más descontentos con una izquierda socialdemócrata que, sin llegar a los extremos del comunista francés Alain Badiou, que ve extasiado en la llegada en masa de los refugiados o inmigrantes por el Mediterráneo «la vanguardia virtual de masas gigantescas», han considerado hasta ayer que esta «gran inmigración» (Enzensberger) era perfectamente asimilable por las sociedades y economías de la UE. No ha sido así. La alegría irresponsable, por no decir la imbecilidad de los líderes socialistas (y de alguna notoria conservadora), ha partido la Europa unida y democrática en un débil bastión liberal al oeste y un conjunto de democracias «iliberales» al este, mientras se aleja definitivamente de uno y otras la balsa de piedra británica. Y crecen los populismos que, en palabras de Ivan Krastev (After Europe, Pennsylvania University Press, 2017), «no perciben las elecciones como una oportunidad para cambiar las opciones políticas, sino como una revuelta contra las nuevas minorías privilegiadas, lo que, en el caso de Europa, significa una revuelta contra las elites europeístas y el otro colectivo clave, los inmigrantes».