ADIPOSIDADES

David Gistau- ABC

Andaba la gente buscando alguien en quien mirarse, frustrada, sola, hasta que hizo su aparición el Rey

ME imagino sentado en la tribuna de prensa del Parlamento, donde los ñapas de una reforma taparon los orificios de una de las ráfagas del 23-F que eran cicatrices infligidas por la historia. Daban carácter, como los chirlos a los hampones, como ese párpado muerto que a Luciano le quedó de una cuchillada durante la guerra contra Masseria. El hemiciclo está a mis pies, como lo estaba Barcelona a los de Loquillo vista desde el Cadillac aparcado junto al Merbeyé. Sólo que a mí, en la tribuna de prensa, no se me acaba de ir una rubia que vino a probar el escaño de atrás.

Visualizo los rostros contemplados cuando toca hacer crónica, algunos de los cuales me son familiares por los corrillos en el patio, los chistes contra el adversario y los cafelitos en el Manolo. Me hago una pregunta. De todos éstos, ¿a cuál ha agrandado este momento español? ¿Cuál de ellos se ha hecho necesario ante las circunstancias? ¿A cuál hemos descubierto en una faceta más admirable? Me respondo: ninguno. Ni uno solo. Al revés. Este momento español los ha desnudado y dejado en evidencia más que cualquier otra cosa que haya sucedido antes. Cuanto mayor es la exigencia más decepcionantes resultan los habitantes del hemiciclo, de tal forma que andaba la gente buscando alguien en quien mirarse, frustrada, sola, hasta que hizo su aparición el Rey: alrededor de ese discurso se congregaron todos y encontraron el combustible anímico que ni gotea en los surtidores de la política profesional.

¿Qué ha hecho este momento español con las banderías parlamentarias? A la extrema izquierda curandera le ha potenciado el retrato de lo que es: traidora, oportunista, anhelante a cualquier precio de caos y desórdenes con los que colapse el ciclo del 78 para apoderarse de los escombros. A la socialdemocracia ha vuelto a mostrarla reticente, ambigua, confusa, intrascendente, llena de complejos en su relación con la identidad española que sus extensiones intelectuales contribuyeron durante décadas a mancillar y a degradar en clichés folclóricos. A la derecha la ha expuesto como cobarde en su función ejecutiva, subterránea, muda, gallinácea de vuelo corto, gregaria al mando mediocre, retraída hasta dejar literalmente abandonadas a las personas a las que debería asistir, cobijar y nutrir de narrativa. Tanto es así que la gran manifestación de respuesta al independentismo provendrá de un movimiento civil que supera los partidos y los refuta, los deja atrás. Otra vez, las cosas importantes suceden fuera del Parlamento, suceden a pesar del Parlamento.

Los partidos, a los que el 78 dotó de poderes inmensos para que pudieran operar la transformación social posfranquista –poderes que jamás devolvieron y que intervienen hasta la cultura–, son los actores que peor parados saldrán allí donde sólo han surgido el Rey y los guardias del «limes». Cuántas adiposidades españolas se va a llevar por delante este momento que desenmascara a los taimados y pendulares, a los supervivientes profesionales.