IGNACIO CAMACHO-ABC

O Rajoy siente un repentino vértigo suicida o su prisa por debatir la moción sugiere que Sánchez la tiene perdida

Afalta de noticias objetivas, hay que buscar claves en la prisa. La decisión de Ana Pastor de debatir la moción de censura en la primera fecha hábil posible indica que el PSOE la tiene perdida, que el PNV ha bajado el pulgar en privado y le dará al Gobierno el oxígeno que necesita. Como a Rajoy, experto en resistencia, es difícil atribuirle intenciones autodestructivas, la conclusión más lógica invita a pensar que alberga la certidumbre de salir con vida. Eso o que en la escena política se ha instalado un vértigo suicida, como en aquella película de James Dean en la que los coches de las pandillas enfilaban a toda velocidad hacia un abismo con sus conductores a tope de adrenalina. De Sánchez se puede esperar algo así pero el presidente no parece un hombre dispuesto a jugarse el cargo en la lotería.

Sin embargo, aunque la intentona socialista acabe en fracaso, la inestabilidad de la legislatura estará lejos de haber terminado. Ningún Gabinete puede aguantar mucho tiempo con 137 de 350 escaños, y mucho menos con los 85 que el PSOE ofrece en solitario. El marianismo ya tenía prevista y descontada una ruptura con Ciudadanos pero todo este lío ha adelantado los plazos. Rivera ya no piensa más que en elecciones anticipadas porque sabe que la iniciativa sanchista también va dirigida a achicarle el campo. Como no la puede apoyar sin que se le escapen los votos de derecha que lleva captados, el mantra del adelanto es la única opción que le queda para buscarse un espacio. Si no encuentra quien le preste los tres diputados que le faltan para su propia moción, volcará su esfuerzo en acelerar el deterioro del mandato y el PP se encontrará en el Congreso frente a una mayoría de oposición empeñada en calcinarlo. Aunque Rajoy cuenta de antemano con ese «escenario», y pensaba aprovecharlo para enredarse con Cs en un bronco mano a mano, se le va a hacer muy difícil mantenerlo siquiera un año. Por mucho que el poder desgaste más a quien no lo tiene, poco podrá hacer un Gobierno tan en precario. En el mejor de los casos, mantenerse a flote en un país técnicamente parado.

Claro que una convocatoria electoral tampoco promete ninguna panacea. Los pronósticos de las encuestas dibujan un corrimiento del centro-derecha pero no garantizan que puedan surgir alianzas estables de otra correlación de fuerzas. Esta crisis, aplazada desde 2016, es el resultado de una fragmentación política que ha creado un nuevo problema: la dificultad de convivencia –y de acuerdos– entre las formaciones clásicas y las nuevas. Las primeras no se acaban de hundir y las segundas tampoco se despegan porque viven más del desencanto ajeno que de sus propias certezas.

Hasta el viernes, no obstante, sólo caben especulaciones, barruntos, indicios. A partir de la próxima semana empezaremos a saber cuánto puede un Gobierno –éste o el que le suceda– aguantar a base de puro instinto.