HERMANN TERTSCH-ABC

   MONTECASSINO Quienes no se vean capaces de la tarea, que se aparten. BUENA, sobria y contundente la exposición de la vicepresidente Soraya Sáenz de Santamaría ayer tarde en el Senado en Madrid cuando dijo que se acudía «al rescate de Cataluña» ante lo que ya es la certeza de la aplicación urgente del artículo 155 de la Constitución. Para intervenir en Cataluña y parar el hundimiento en el caos y el miedo de una parte de España. Le han faltado a la vicepresidenta unas palabras para reconocer que el precio que vamos a pagar va a ser mucho más alto de lo que habría sido de no haberse empeñado su Gobierno en negar lo obvio, ocultar la agresión separatista y simular normalidad donde no la había. Pretendía la propia vicepresidenta que todo estaba bajo control en la víspera de la providencial aparición del Rey, que, armado con la verdad, la firmeza y la dignidad, dio ese tan necesitado ánimo a una nación española angustiada y confundida por el abismo que separa el discurso oficial de este Gobierno y la realidad palmaria. 

Ahora ha actuado el Gobierno como es su deber, por mucho que algunos sospechen que lo ha intentado evitar a toda costa. Y entrará en vigor el artículo 155 imprescindible y complementario con otros artículos de la Constitución y del Código Penal, que habrán de aplicarse para restablecer las leyes y el orden en una región española en la que se han olvidado. La jornada de ayer nos obsequió con un patético alarde de ineptitud y falta de talla humana. Como decía después en el Parlamento catalán Inés Arrimadas, el espectáculo dio muchísima vergüenza. Y eso visto desde fuera. De saber las interioridades, el bochorno sería insufrible. No hay que ser Arthur Koestler para saber que la selección negativa genera comunidades humanas de muy mala calidad humana. El régimen nacionalista en Cataluña, tras siete lustros de primacía de la mentira, obediencia, clientelismo, dependencia, falta de escrúpulos y hispanofobia, ha creado colectivos nauseabundos. Incapaces de salir del bucle enfermo y cínico del victimismo y el ventajismo. 

La culpa no es de adolescentes fanatizados ni de esa tropa de maleantes que son las cúpulas de los partidos separatistas, apartados de toda ley como gesto desafiante contra España. La culpa recae en los políticos españoles que no tuvieron el coraje de defender una España unida bajo la ley por miedo a que los tacharan de franquistas. Y que sacaron réditos políticos y crematísticos de vender a plazos esa soberanía a unos nacionalismos con unos privilegios inauditos. El ridículo de ayer quita dignidad, pero no gravedad a la situación. Porque el Gobierno actual, que estaba avisado de los preparativos, organización y ejecución de este golpe de Estado a lo largo de cinco años, no ha hecho nada hasta estar, no junto al abismo, sino cayendo en él.  Ahora es imprescindible que estén a la altura quienes no lo han estado hasta ahora, vicepresidenta incluida. A quien flaqueen las piernas ante lo que viene, que será muy necesario, pero ni mucho menos bonito, debe apartarse y dejar paso a otros. Si hay algo de grandeza habrá pronto un Gobierno en Madrid muy distinto con personalidades de autoridad. Que por patriotismo debieran asumir responsabilidad en esta batalla que no es política, sino de reconquista nacional. Porque no vale con quitar a una ralea de mediocres como Puigdemont para que los sustituya otra. Hace falta una operación de inmensa enmienda a los errores que han generado el crimen al que asistimos. Empezando por esa educación de odio e hispanofobia que el ministro de Educación dice no ver. Y con la lección capital que deje para siempre claro para todos las fuerzas políticas que la ruptura de España no es ni legítima ni posible.