Al revés que Rajoy, Sánchez ha diseñado su Gabinete como un artefacto publicitario. Cool, moderno, progre, enrollado

IGNACIO CAMACHO-ABC

EL GOBIERNO AFICHE

LA comunicación política en la sociedad posmoderna no consiste en elaborar mensajes que expliquen o difundan las decisiones, sino en planificar decisiones que constituyan en sí mismas un mensaje. A menudo nada más que eso: no hace falta siquiera acompañarlas con hechos. Mariano Rajoy despreciaba ambas modalidades y sólo confiaba, con los resultados por todos conocidos, en que el buen paño en el arca se vende, en la gestión como clave del éxito. Lo demás le parecía cháchara, extravagancia, frivolidad, pérdida de tiempo. Pedro Sánchez es su antítesis. Primero depositó su estrategia en manos de una publicista y ahora en las de un consultor de técnicas electorales, un

spin doctor, un experto en la creación de efectos. Su celebrado «Gobierno bonito» es el producto de ese concepto que define la política como un artefacto de diseño.

Con un margen de actuación real bastante reducido por su minoría parlamentaria y el tiempo escaso de mandato, el nuevo presidente ha convertido su Gabinete en un afiche publicitario. No le importa tanto la agenda que su equipo pueda llevar a cabo como la capacidad de expresar con su propia existencia un estilo de liderazgo. Su selección de personal no es la de un ejecutivo de recursos humanos sino la de un director de casting de cine o de teatro. Se trata de narrar, a través del perfil de las «ministras y ministros», eso que ahora se llama un relato. Feminismo, igualdad, europeísmo, glamur social, vocación –literal en el caso del astronauta Duque– de estrellato, igualitarismo, voluntad aparente de diálogo. Un grupo cool, a la moda, guay, moderno, progre, empático, enrollado.

Lo que importa de este Gobierno no es lo que pueda hacer sino lo que es capaz de expresar. No el contenido sino la carcasa. Lo que diga, no lo que haga. No necesita un plan de trabajo ni un proyecto porque su función es la de constituir por sí mismo un programa. El de las próximas elecciones, claro, cuando sea que Sánchez vaya a convocarlas. Hasta entonces, se trata de hacer gestos, guiños ideológicos sectoriales, señales codificadas que indiquen a los españoles que ha vuelto la socialdemocracia. Comunicar sin tregua, ocupar espacios de opinión, apoderarse de la hegemonía mediante un marco más visual que mental: la política como actuación televisada.

Es el reverso del marianismo, entregado a la tarea opaca, al cometido burocrático, a la responsabilidad sin brillo; dedicado a la gobernación espesa alrededor de un líder hierático e introvertido. Rajoy pensaba que los países fiables y eficaces han de ser también un poco aburridos: detestaba las sorpresas y era alérgico a la audacia y al efectismo. Nos espera todo lo contrario: un Ejecutivo con horror vacui, con fobia al vacío comunicativo. Ideado para impactar, convencido de la necesidad de hacer ruido y dispuesto a utilizar el poder como una máquina de propaganda a su servicio.