Albert el Incontestado

EL MUNDO – 23/09/16 – JORGE BUSTOS

· Me pregunto por qué Albert Rivera es el único de los cuatro líderes que no tiene contestación interna. No será porque el centro carezca de tradición cainita desde la conjura contra Suárez. Tampoco porque Rivera no haya desafiado la resistencia de su tripulación con un pilotaje casi temerario, maniobrando de izquierda a derecha a gran velocidad por la autopista atascada del bipartidismo, lo cual suele dejar en la cuneta a algún perplejo de lengua larga o a despechados con cuentas pendientes. Quia: si algo se censura en C’s es su presidencialismo, pero nadie ha podido encontrar en la sigla naranja las disputas de liderazgo que estos días marcan las informaciones sobre PP, PSOE y Podemos, en un rango de gresca que va de lo cenacular a lo verdulero.

Miremos a don Mariano: alto, incombustible y pétreo como un hórreo, que acaba de sofocar –«Me siento con fuerzas, con ganas, con ilusión y con determinación»– cualquier urgencia en sus disciplinados renovadores de boca de piñón. Sin embargo, el dedazo retráctil del affaire Soria y la pringosa terquedad de Barberá nos enseñó una reacción más transparente que de costumbre en la derecha española, a cargo de los vicesecretarios menos comprometidos generacionalmente con el marianismo. Y Feijóo posa a solas en los carteles, muy consciente de los beneficios electorales de su soledad cuando la alternativa es la mala compañía.

Miremos a don Pedro, príncipe de Dinamarca, que lleva un año vagando entre las almenas de Ferraz, oliendo a podrido como huele siempre la inminencia de la traición y sosteniendo una calavera que va tomando dramáticamente las facciones de su propio rostro. Cuestionado, si nos referimos a Sánchez, es epíteto tan suave como llamar despeinado al cardado eléctrico de Ara Malikian. En cuanto al pimpinelismo entre Iglesias y Errejón, tan manido que sorprende que siga sorprendiéndonos, y tan intelectualmente sofisticado como un capítulo de Power Rangers, reproduce en farsa el consabido vicio del faccionalismo rojo con esmero digno de mejor causa –la Gente- y solemnidad propia de otra centuria: la que vio caer el Muro.

Se aducirá que un partido de 32 escaños siempre resultará más manejable que sus tres hermanos mayores, pero el hecho es que Rivera acumula más trienios en la cúpula orgánica que Iglesias y que Sánchez. En una partidocracia que oscila mediáticamente entre la voz de su amo y la corrala de comadres, Rivera permanece incontestado tanto por la naturaleza racional del partido como por su propio temperamento antiemotivo. Él no es ningún intelectual, ni lo pretende, pero compensa la querencia naif de su prédica reformista con una atención constante a los hechos. Si los hechos cambian, él cambia también, y luego lo explica, y lo explica invocando los hechos. La gran ventaja del realismo, que en la historia de las ideas fue una laboriosa decantación del idealismo y no al revés, es que aglutina no por influjo voluble del carisma, sino por la persuasiva fuerza de la gravedad. El más votado gobierna con apoyo condicional, defiende C’s. Su modestia de instrumento agrupa a los que no confunden la política con la magia.

De todos modos, la cohesión de los partidos debería importarnos menos que su utilidad para equilibrar presupuestos. Estas peleas de poder son materia rosa y convierten a los cronistas políticos en paparazzi que ceban el morbo en el votante/marujo, como esos drones que hoy sobrevuelan la atribulada mansión de Brangelina.

EL MUNDO – 23/09/16 – JORGE BUSTOS