FRANCISCO PASCUAL-EL MUNDO

Vaya por delante que desde aquí no se pretende rebatir que un apoyo condicionado de Ciudadanos al PSOE sea lo más recomendable para que la legislatura eche a andar. Pero sí la manera perversa en la que se plantea. Según Francesc de Carreras y otros fundadores del partido naranja, éste no es una organización política al uso, porque no esta diseñado para alcanzar sus objetivos mediante la acumulación de poder. Su misión divina consiste, por contra, en asistir al PP y al PSOE para que no tengan que pactar con los nacionalistas.

La supuesta traición a esta tarea fundacional, que condena a los de Rivera al papel subalterno del hermano mayor que aparta al pequeño de las malas compañías, ha llevado a De Carreras a llamarle «adolescente caprichoso». La crítica es discutible. Impone demasiada responsabilidad al líder de Ciudadanos y descarga de la misma a Pedro Sánchez. Para De Carreras, si el presidente del Gobierno pacta con Junqueras o con el PNV la culpa será de Rivera. Parece que el líder socialista sí que estaría excusado para mantener el poder a toda costa por no sé qué regla natural.

Aún así, ¿merece la pena que Rivera se haga un Valls? La irrupción del político francés en Barcelona pone presión al líder naranja, pero ningún votante de Ciudadanos entendería que extendiese un cheque en blanco al PSOE. Más que condiciones coyunturales –como un eventual veto al indulto de los líderes independentistas–, Rivera puede ofrecer su apoyo a los socialistas a cambio de un único punto: una reforma de la Constitución que eleve las barreras de entrada al nacionalismo al Congreso y convierta al Senado en la cámara de organización territorial.

Un planteamiento tan federal es sólo una de las maneras que el líder catalán tiene de colocar a Sánchez delante de su espejo y, a la vez, forzar al PP a entrar en la negociación. El éxito del modelo extractivo del PNV se ha contagiado al resto de territorios no nacionalistas, como Cantabria. La transformación del Poder Legislativo mitigaría una presión autonómica que ha convertido a la Cámara baja en un bazar de mercaderes regionales prestos a vender su escaño al mejor postor.

Esta segunda Transición sí obligaría a los grandes partidos a abandonar de golpe su adolescencia. Probablemente a Sánchez le costase entre dos o tres segundos rechazarla.

Rivera no es el responsable de que el PSOE compadree con el nacionalismo, pero sí de hacerlo él mismo. Vox es un partido nacionalista y, por tanto, supremacista. Por mucho que se esfuerce en disimularlo, Ciudadanos es un socio indirecto de esta formación y le ha dejado entreabierta la puerta de gobiernos municipales y autonómicos. Ya puede tratar a Abascal como a una amante clandestina, o como al primo borracho al que sólo se saluda cuando toca cobrar la herencia. Rivera ha optado por disputar el charco de la derecha y se ha puesto de barro hasta arriba.