Eduardo Uriarte-Editores

No hay día en el que algún articulista de renombre no trate o rememore la guerra civil. “Nuestra guerra”, como recordaba Santos Juliá en un reciente artículo. Quizás sea porque determinados lenguajes y hechos actuales nos traigan momentos que acabaron en tragedia. ¡Si esto ya pasó en la República!

Que un sociólogo, nada menos que director del CIS, como Tezanos califique de nazis a todo el que no esté a la izquierda, además de falsedad e insulto, supone un nivel de radicalidad ideológica y sectarismo dignos de los miembros de las bandas que destrozaban los autobuses en la kale borroka. Para ellos, entonces, antes que llegara a fin la componenda de Zapatero con HB, hasta los socialistas eran fascistas y objetivos liquidables. Esa declaración es muy grave, porque Tezanos no es más que un apéndice, aunque significativo, del discurso de difamación de la derecha que ha impuesto la estrategia publicitaria de Pedro Sánchez.

La situación política se ha radicalizado de tal manera que ya están dibujados, como en el treinta y seis, dos bloques enfrentados. Bloques de infausto recuerdo, que acabaran en aquella guerra, y del que huyeron en la Transición tanto Suárez como Felipe González, personajes que se encargaron de hacer desaparecer los extremos del mapa político español. Pero todo empezó a cambiar coincidiendo con la entrada en el Gobierno de Zapatero, dando pie a la ley de la memoria histórica, la negociación con ETA, un nuevo Estatuto en Cataluña que acabaría calificado de inconstitucional, y la puesta en entredicho de la Transición y la misma democracia española desde determinados ámbitos universitarios y mediáticos. A partir de entonces todo fue concepto discutido y discutible, se rompieron las referencias políticas, lo que se convirtió en un auténtico trampolín ideológico para que surgiera el populismo de izquierdas impulsado por la crisis económica.

Si a González le tocara con éxito resolver la cuestión militar en España es muy posible que el presente, dirigido desde la Moncloa, nos lo pueda volver a poner sobre la mesa. El aire de tragedia, un sentimiento atávico de temor, o al menos preocupación, se está extendiendo al contemplar los fichajes de militares que VOX está realizando, y el secreto a voces de que es la opción política más aceptada con diferencia en cuarteles, cuartelillos y comisarías. Si Felipe lo resolvió, parece que Pedro, con su política apaciguadora y dialogante con el secesionismo catalán y su izquierdismo sectario, está volviendo a desenterrar, otra cosa más, el problema. Pero no nos preocupemos demasiado, si algo ha cambiado en España, después de su servil comportamiento en una dictadura de cuarenta años apoyada en sus orígenes por nazis y fascistas -sin que movieran un dedo las democracias europeas-, ha sido el Ejército.

Lo cierto es que históricamente los militares han aparecido cuando los políticos no han dado la talla. Es más, en muchas ocasione eran esos políticos los que llamaban a algún “espadón” para que resolviera una situación, que normalmente habían montado ellos, y ante la que se sentían incapacitados. Espartero -el hombre que pudo reinar, y no quiso- es un claro ejemplo de ello, además de cómo la milicia era una vía de promoción personal para alguien que era hijo de un carpintero de carros.

Han sido infaustos comportamientos, tanto del Gobierno de Rajoy como muy especialmente en el actual de Sánchez, lo que está removiendo la tentación de militares de participar en la política. La participación de militares en política es normal en cualquier país democrático, pero aquí se expresa esa tendencia precisamente cuando España ha pasado, y sigue pasando, un momento angustioso ante la crisis que supone el reto del nacionalismo catalán. El proceso de independencia en Cataluña y de crisis política en toda la nación sigue en marcha sin que se aprecie voluntad de resolverlo por parte del actual Gobierno, más bien lo contrario: llegar a un acuerdo con la secesión. Y esto es algo preocupante, el que aparezca tanto militar de prestigio en la formación política más conservadora precisamente cuando el sistema está siendo despilfarrado. Si hubiéramos tenido políticos con capacidad probablemente esta forma de desembarco castrense en la política no se hubiera dado.

Y como no hay tragedia sin contrapunto tragicómico, el rechazo que realizaran en el Ayuntamiento de Getxo nacionalistas, radicales y el mismísimo PSOE al atraque y puertas abiertas del portaeronaves Juan Carlos I en sus muelles fue contestado con una masiva presencia de ciudadanos que fueron a visitar el barco. El problema es que cuando hasta el PSOE se pone infantilmente antimilitarista no es de extrañar que desentierren la cuestión militar y que los militares salten a la política, A ver, de nuevo, si les enseñan política, como lo hicieran Espartero, O’Donnell o Prim. O mejor, echar a Sánchez antes.