El Correo-MIQUEL ESCUDERO 

El acto que la plataforma España Ciudadana ha organizado para mañana domingo en la localidad navarra de Alsasua me lleva a hacer algunas reflexiones. Con su convocatoria se ha desatado una intensa tormenta emocional. ¿Es lógica, es pertinente, es inevitable?

La plataforma de Ciudadanos va a celebrar su sexto acto público en este municipio que tiene cerca de 8.000 habitantes. Fue anunciado por el propio Albert Rivera, unas dos semanas antes, y dijo que era para «defender el respeto a los servidores públicos», un acto de apoyo a la Guardia Civil en un «lugar simbólico». Se refería a la agresión sufrida hace ahora un par de años por dos guardias civiles y sus parejas, en un bar de la localidad, en plenas fiestas patronales. La Audiencia Nacional ha condenado por estos actos a ocho personas con penas de entre dos y trece años de cárcel, no por terrorismo sino por atentar con ensañamiento contra los agentes de la autoridad, y sus acompañantes, por el mero hecho de serlo y propinarles una paliza; un delito de odio.

En una declaración institucional, el Parlamento de Navarra rechaza la celebración de este acto de mañana en Alsasua por «generar un clima de crispación y tensión innecesario en el pueblo». A mi juicio, es una muestra de sobreactuación el pretender proteger a los ciudadanos de esta villa de la comunidad foral. De hecho, es hacer una pirueta y declararla ‘territorio comanche’ para quienes no compartan la ideología nacionalista. En la misma sintonía, agrupaciones abertzales repiten que sus habitantes están «hartos de tener que soportar mentiras, insultos y provocaciones». Así pues, el mencionado acto de España Ciudadana sería «una agresión más» al pueblo de Alsasua, que busca herir y humillar. Una villa «caracterizada por la defensa de la libertad, la pluralidad y la honradez», según el Gobierno de Navarra que preside Uxue Barkos.

Precisamente por ello, por ser «históricamente una tierra de convivencia entre diferentes», entiendo que habría que abstenerse de polemizar con el acto anunciado y respetar la libre expresión de ‘los diferentes’; siempre con la oportuna prevención de desórdenes públicos. Ahora bien, no se puede utilizar una institución pública para denunciar que quienes van a manifestarse allí ese día pretenden «recrear la imagen de un enemigo al que batir y que nos retrotrae a posiciones extremas, más propias de tiempos pasados de los que debiéramos alejarnos». Se propicia lo que se denuncia y se pretende combatir. Así, Koldo Martínez, el portavoz del partido de Barkos, demoniza a ‘los forasteros’ y les acusa de «fomentar el enfrentamiento» para «defender la unidad de España, la vuelta al franquismo». ¿Dejaremos algún día la noria franquista?

Todo este asunto está claramente viciado y planteado de forma tóxica. Debería verse como normal la manifestación pública de quien disienta, venga de donde venga. Eso es libertad, eso es democracia. La convocatoria de este acto es un hecho inusual, nadie antes lo había promovido. Sin duda, por temor.

La maldición que deja una historia de asesinatos por motivos políticos, como la habida en nuestra tierra, no puede ser superada sin una acertada interpretación. Por supuesto, hay que dejar atrás el miedo a mostrar abiertamente los propios puntos de vista, por prever la hostilidad que ello nos ocasionará; ¡Tantos no rechistan por este motivo!

La politóloga berlinesa Elisabeth Noelle-Neumann publicó en 1982 la primera edición de su libro ‘La espiral del silencio’ (este concepto es una aportación memorable para entender mejor la realidad y avanzar en la libertad social). Aludía a un fenómeno que puede medirse: «El miedo al aislamiento es la fuerza que pone en marcha la espiral del silencio». Todos hemos de controlar nuestros estereotipos y nuestros prejuicios, inevitables unos y otros. Y hemos de frenar la tendencia a generalizar con ideas fijas que no somos capaces de cuestionar.

Esta semana, John Elliott presentó en Barcelona su última obra de historia comparada: ‘Catalanes y escoceses’. Ante un numeroso público, declaró imprescindible desarrollar paciencia, sentido común y diálogo (en cuanto se pueda), y reivindicó el hábito de matizar en las apreciaciones; no todo es o blanco o negro. Tenemos el deber de acercarnos a la verdad y no ocultarla. Creo que este es el camino.