‘Amadís’ Sánchez

EL MUNDO 05/05/17
JORGE BUSTOS

UNA legislatura es eso que transcurre entre derrota y derrota de Pedro Sánchez, y cada vez transcurre menos tiempo. En Sánchez se inspiraron los Python para su caballero negro de la mesa cuadrada, aquel que profería contra su adversario amenazas tanto más terribles cuantas menos extremidades le iban quedando, hasta que fue reducido a un tronco con cabeza y proclamó eufórico su victoria. También don Pedro cabalga de nuevo a lomos de sus avales y el gozo le revienta por las cinchas del caballo, como a Alonso Quijano tras ser armado caballero. Ya contábamos con el entusiasmo que el quijotismo apareja en su locura; cuesta más explicar la satisfacción de quien apuesta por un loco. El problema no es Sánchez, sino el que avala a Sánchez. Españoles: ¿quién avala al avalista? Todo militante del PSOE dispuesto a avalar a Sánchez debería presentar primero su nómina en el banco, como se hace al firmar una hipoteca de riesgo; adjuntar el psicotécnico sería ya opcional.

Pedro Sánchez es un trapisondista entrañable, más terco de lo frecuente, ayuno de consciencia y sobrado de cintura, que se refuta a sí mismo sin sonrojo tres veces al día porque sabe que la memoria del pueblo dura bastante menos que su resentimiento (el del pueblo, no el suyo, que también). Sánchez es un personaje de novela picaresca, y que lo hayan alzado al género de la caballería andante –«¡no es no!», grita mientras acomete los molinos de la trama– solamente se comprende por el rencor contra Susana, mucho más estimulante que el recuerdo de voto en dos elecciones generales, por no irnos a los programas, que no recuerda ni quien se los escribió. Amadís Sánchez se ha metido otra vez en la carrera por el trono de Ferraz porque le adornan dos atributos españolísimos: el odio al rico y el amor a los difuntos. Aquí siempre hemos reservado los mejores elogios a los muertos; si además el cadáver resulta ser un mártir del Ibex, lo lloramos con tanto sentimiento que somos capaces de resucitarlo. He ahí Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi etcétera. Total, cualidades de estadista nadie le adivina tampoco a la presidenta de Andalucía, donde las personas con empleo y sin cargos por corrupción gozan de la categoría ufológica de avistamiento.

Hubo una época, ya remota, en que las legislaturas duraban cuatro años y el PSOE encarnaba por sí mismo una alternativa de gobierno que ni multiplicaba las naciones sin necesidad ni imploraba el perdón del comunismo. Hubo otra época, esta más reciente, en que la aparición de dos nuevos partidos nacionales nos hizo creer emocionados que ya no sería necesario entregar otro trozo de Estado a la glotonería nacionalista a cambio de su tolerancia en las Cortes. Fueron solo unos meses, quizá unos días, puede que unos minutos: los que tardó Podemos en descubrir la plurinacionalidad y Ciudadanos en constatar que engordaban lo que adelgazaba el PP, de modo que nuestra civil esperanza de sumar defensores de la unidad y la solidaridad retrocedió hasta el umbral de la melancolía, cuando no del fascismo.

Con todo, lo peor no es que gane las primarias Pedro Sánchez. Lo peor es que pierda entre acusaciones de tongo y regrese con ánimos renovados. Porque en España, desde Unamuno, los ganadores vencen, pero solo convencen los perdedores.