América inaugura la era de Donald Trump

ABC – 21/01/17

· «Voy a traspasar el poder de Washington al pueblo»

· Antiestablishment: El discurso hizo saltar por los aires todos los convencionalismos de un acomodado establishment. El magnate utilizó un tono cercano al mismo espíritu rebelde y contestatario que le dio la victoria.

· El presidente, en tono paternalista, promete rescatar a las familias y a los trabajadores y enfatiza: «Pondremos a nuestra nación por delante»

Donald Trump en la toma de posesión como presidente de los EEUU el 20 de enero de 2017.
Donald Trump en la toma de posesión como presidente de los EEUU el 20 de enero de 2017.

 

Donald Trump va a seguir siendo Donald Trump. Ni el boato de la toma de posesión del cargo que había ansiado durante décadas fue capaz de elevar la forma y el discurso del promotor inmobiliario neoyorquino. Es su personalidad, pero también su determinación de ser comprendido y seguir conectado al «movimiento» de seguidores que le ha llevado a la Casa Blanca. Ayer, Estados Unidos no culminó sólo un traspaso de poderes. Lo que se ha producido es un traspaso de un mundo a otro. El que representaban las alusiones a los principios y valores de un presidente teórico y reflexivo, profesor de Derecho, al del discurso directo y sin circunloquios de quien se dispone a gestionar el país como una empresa.

Así, la oratoria de un intelectual, a veces falto de ejecutoria política, dejó paso ayer al discurso mitinero del primer multimillonario que se sienta en el Despacho Oval, quien avisó de que va a pasar «inmediatamente a la acción». Con un modo de hacerse escuchar inequívocamente populista, pero también comprometido con movilizar el país desde el minuto uno. Como el alto ejecutivo que pretende desperezar a su compañía.

Un espíritu nuevo

Escuchar al presidente número 45 de los Estados Unidos de América remitía ayer a un espíritu nuevo, que rompe con la sucesión de relevos que el establishment se ha dado a sí mismo durante décadas, muy alejado de casi todos los 44 predecesores. Se abría paso ayer la comparación con Andrew Jackson (1829-1837), el séptimo presidente del país. De origen irlandés y escocés, el héroe de la Guerra de la Independencia llegó al cargo apelando a «la toma de posesión del pueblo» y abrió la Casa Blanca a cualquier persona que quisiera acercarse a celebrarla con él. Su compromiso fue combatir «la aristocracia de unos pocos».

Con el espíritu de Jackson, Trump volvió a reencontrarse con el candidato republicano que, de mitin en mitin, recorrió el país con el machacón mensaje de recuperar una nación secuestrada por los políticos, y también amenazada por los perjuicios económicos de un enemigo exterior. Que su final fuera idéntico al de todos sus pronunciamientos de campaña lo dice todo: «Vamos a hacer América más fuerte, más sana, más orgullosa, más segura y más grande».

Mensaje a las clases medias

Mientras se dirigía Trump a los cientos de miles de congregados, el rostro de Barack Obama era un poema. El ya expresidente, que exhibió ayer el rol del cierre de filas institucional, alejado esta vez de la agresiva cara política destapada las semanas anteriores, no lograba encajar una declaración de intenciones que hace saltar por los aires todos los convencionalismos de una acomodada clase política. Al igual que ponía en peligro su propio legado. Las apelaciones reiteradas del nuevo presidente a la «desatención» que las clases medias y los pobres habían sufrido durante su mandato, sin citarlo, desencajaban literalmente la faz de Obama.

Lo lanzó a los cuatro vientos Trump, en su habitual forma de dirigirse desde el estrado, dedo en alto: «No permitiremos que los políticos protesten y después no hagan nada para resolver los problemas». Un mensaje que sigue manteniendo al presidente outsider en el bando de los «buenos», el que le asegura su conexión directa y permanente con la calle. Una evidente manera de advertir a todo el sistema, incluidos sus compañeros de viaje republicanos que aunque él ha entrado en Washington, difícilmente Washington va a entrar en él.

Ayer, el escenario era el mismo que durante dos siglos ha sido testigo del acto de renovación institucional más respetado por un país que se resiste a poner en riesgo la democracia más antigua del mundo moderno. Un engalanado Capitolio, adornado con banderas nacionales, cientos de invitados de los tres poderes públicos y de todo el cuerpo diplomático acreditado en la capital del mundo, había sido preparado para la ocasión. Como cada cuatro años.

En primera instancia, le tocó el turno al vicepresidente electo, Mike Pence, quien juró el cargo ante la Biblia. A continuación, el exgobernador de Indiana saludó a la concurrencia en compañía de su mujer, Karen. Cuando hubo terminado sus palabras, Trump se acercó al balconcillo situado junto a las escalinatas del Capitolio. Le acompañaba el presidente saliente, Barack Obama, testigo y garante de que el largo traspaso de poderes terminara de rematarse.

Con la estética de campaña

Trump vestía con la misma estética con la que se había presentado ante sus fieles en campaña: trajeado y con un largo abrigo azul marino, en contraste con la corbata roja. Su mujer, Melania, a punto de ser la Primera Dama, sujetaba los dos ejemplares de las Sagradas Escrituras. A la conocida como Biblia Lincoln, que se utiliza como tradición incuestionable desde que el recordado presidente jurara sobre ella, el presidente electo había añadido la que le regaló su madre cuando contaba con sólo doce años.

Después de que Trump pronunciara sus palabras de aceptación del cargo y compromiso ineludible con el país que ya gobierna, respondió a la aclamación del público con el puño derecho en alto, que agitó en su particular forma de transmitir su victoria a su ejército de acólitos. Era el We the People (Nosotros, el Pueblo) que encabeza la Constitución en toda su expresión: el presidente formando parte de él.

Donald Trump lanzó esencialmente las mismas promesas que en la campaña electoral le habían aupado a la presidencia. En el tono cercano al mismo espíritu rebelde y contestatario que el magnate neoyorquino ha utilizado siempre, anunció la llegada de «una nueva visión», con la que pretende que su paso por el Despacho Oval no sea algo testimonial: «Voy a transferir el poder de Washington a vosotros». Una frase a la que añadió una de las pocas reflexiones profundas de su intervención, en la que denunció que hasta ahora «el establishment no ha protegido a todos los ciudadanos de este país; más bien se ha llevado los réditos del Gobierno, permitiendo el cierre de fábricas y la pérdida de bienestar en algunos estados».

Trump no va a abandonar a los obreros de raza blanca que le han conducido a la presidencia, especialmente en los estados industriales más deteriorados por la crisis. El arrojo y el intervencionismo que demostró durante la transición, metiendo en cintura a las multinacionales automovilísticas mediante la amenaza de aranceles a la importación, recibieron ayer un renovado compromiso.

En un tono genérico, insistió repetidas veces en los nuevos aires proteccionistas que llegan con la Administración: «En cualquier decisión, pondremos a América por delante». Y, cuando se refirió a futuras decisiones concretas, dio a entender que hará todo con tal de «beneficiar a las familias y a los trabajadores, y evitar que se lleven nuestros empleos». Ayer, Trump dejó caer una advertencia a las grandes corporaciones norteamericanas en forma de una doble máxima, como si el nuevo presidente de Estados Unidos pretendiera reducir todos sus mandamientos a dos: «Comprad americano y contratad a americanos».

ABC – 21/01/17