El CorreoJAVIER ZARZALEJOS

Todas las fórmulas verosímiles de gobierno a derecha o izquierda condenan a la incomodidad a los que participen en ellas. A la incomodidad y a la complejidad

Hace unos años un grupo de politólogos publicó un amplio estudio sobre el comportamiento electoral de los españoles que titularon ‘Aragón es nuestro Ohio’ (Malpaso Editores, 2015). Con este título hacían referencia al hecho de que, al igual que en Ohio, quien gana la elección presidencial en ese Estado, gana la Casa Blanca, siempre el partido que ganaba en Aragón, alcanzaba la Moncloa.

No sé si Aragón mantendrá ese valor de muestra infalible para futuros gobiernos. Sospecho que con las transformaciones que se han producido –y siguen produciéndose– en el sistema de partidos, las cosas no serán tan claras. Parece más bien que lo ocurrido en Andalucía puede tener mayor valor predictivo que el que tenían hasta ahora los resultados en la comunidad aragonesa. Andalucía, en efecto, podría ser «nuestro Ohio», no tanto por su composición electoral sino porque el acuerdo conseguido por el Partido Popular con Ciudadanos por un lado y con Vox por otro inaugura una fórmula de gobernabilidad que reúne dos condiciones determinantes. En primer lugar, esa fórmula resulta asumible desde el punto de vista programático, según se desprende del acuerdo final con el que el PP ha conseguido desactivar los 19 puntos puestos encima de la mesa por Vox y que los populares tacharon, con razón, de inaceptables y de despropósito. Y esto es de una extraordinaria importancia porque por mucho que se quiera hacer creer que el fascismo está a las puertas y que Franco ha resucitado, lo cierto es que Franco sigue muerto y el fascismo no está, tampoco en la derecha populista de Vox. Y, además, como muestra de la resiliencia del sistema, el Partido Popular y el Partido Socialista, con todas sus dificultades, siguen siendo la referencia central en sus respectivos espacios.

Pero importante es también que esa fórmula puede dar respuesta a una demanda de cambio frente a la dirección que han imprimido a la política socialista Pedro Sánchez y el PSOE vencedor en la guerra interna que empezó con la destitución del hoy secretario general y presidente del Gobierno. Podría no haber sido así; es más, debería no ser así en un país en el que prescindir de espacios amplios de acuerdo transversal es un lujo que no debería permitirse. Pero la maniobra que desalojó al PP del Gobierno mediante la moción de censura en junio del año pasado y la estrategia de antagonización del centro-derecha que ha seguido Sánchez desde entonces, todo ello precedido de su política del ‘no es no’ en la que se atrincheró en su oposición a Rajoy, han dinamitado puentes, encerrando al PSOE, lo quiera o no, en el cultivo de una relación con Podemos y los nacionalistas, muy difícil de administrar en unas elecciones generales y, antes, autonómicas y municipales.

En esta situación, todas las fórmulas verosímiles de gobierno a derecha o izquierda condenan a la incomodidad a los que participen en ellas. A la incomodidad y a la complejidad. Durante un tiempo pudo albergarse la esperanza de que la crisis del bipartidismo se resolvería con un modelo ‘a cuatro’ en el que los nuevos partidos, Podemos y Ciudadanos, repondrían la estabilidad del sistema sumando con PSOE o PP. Pero ni Podemos ha sumado con el PSOE ni Ciudadanos con el PP. Por eso Rajoy necesitó del PNV para ser investido y por eso PP y Ciudadanos requieren de los escaños de Vox para que su acuerdo de Gobierno en Andalucía sea viable. En vez de cuatro, la presencia del bloque nacionalista de vascos y catalanes y la emergencia de Vox hace del modelo de partidos un modelo ‘a seis’ y seguramente obligará pactos ‘a tres’, con acuerdos en diferentes planos, pero en todo caso más complejos y más incómodos.

Es el signo de estos tiempos de fragmentación de los espacios políticos: ganar las elecciones ya no es lo que era. Lo sabe el PP, en la oposición a pesar de sus más de cincuenta escaños de ventaja sobre el PSOE, y lo acaban de descubrir los socialistas con su amarguísima victoria en Andalucía que les conduce a la oposición. Paradójicamente, el que mayores dificultades puede tener en este nuevo contexto es un Partido Socialista que siempre se ha jactado de su capacidad de pacto frente a un PP hasta ahora obligado a ganar por mayoría absoluta si quería gobernar. El principio de que gobierne la lista más votada se ha ido con el bipartidismo, si es que alguna vez estuvo realmente vigente. El PP siempre lo invocó, pero el PSOE no sólo no lo asumió, sino que nunca desaprovechó la oportunidad de gobernar mediante pactos contra el ganador como bien muestra todavía el panorama autonómico y municipal. Ahora el PSOE puede tener que verse obligado a consumir nuevas dosis de esa medicina que aplicó sin excepciones al PP allí donde pudo, como ha empezado a ocurrir con el acuerdo andaluz. Ahora el Partido Socialista es el que se enfrenta a la necesidad de ampliar su margen de maniobra para pactos más allá de Podemos y de los nacionalistas y librarse del diseño frentista que le aupó al gobierno. Pero la tarea no parece fácil ni siquiera contando con la eventual disposición de Ciudadanos a posibles pactos con los socialistas –Page, Lambán– para renovar sus credenciales centristas tras el pacto en Andalucía. Si a Ciudadanos le resulta incómoda la fórmula andaluza, no parece que vaya a encontrarse mucho mejor secundando a un PSOE con el que la política en Cataluña ha abierto un abismo, y con la compañía de Podemos.

El año ha empezado intenso y va a continuar así. Las transformaciones que han ido gestándose en estos años han adquirido carta de naturaleza y es ahora, cuando hay que hacer frente a un entorno político profundamente transformado, cuando, de verdad, empieza la nueva política.