Mikel Buesa-Libertad Digital

No son pocos los que, aplicándolas al País Vasco, quisieran hacer suyas las mismas palabras que, al filo del veinticinco aniversario del parte final de la Guerra Civil, escribió Jorge Semprún para el guion de La guerre est finie, el premiado film de Alain Resnais: «España se ha convertido en la buena conciencia lírica de toda la izquierda: un mito para antiguos combatientes… España ya no es más que un sueño turístico o la leyenda de la Guerra Civil». Ponga el lector «Euskadi» en vez de «España» y sustituya «la Guerra Civil» por «la campaña terrorista de ETA», y tendrá la perfecta descripción del pensamiento de quienes hoy, en la izquierda y en el nacionalismo, dan por amortizado el terrorismo y quieren inscribir la política vasca en una normalidad vulgar en la que, incluso, hablar de la independencia forma parte del natural debate democrático. ETA ya no existe, es agua pasada y podemos ir a otra cosa.

Esto es lo que se ha evidenciado con ocasión de la detención de José Antonio Urrutikoetxea Bengoetxea, Josu Ternera, de quienes muchos obvian su papel esencial como dirigente de ETA. «Urrutikoetxea», escribe Florencio Domínguez en su libro sobre él, «entró en ETA el mismo año que la banda empezaba su carrera de asesinatos y pronto comenzó a tener responsabilidades de dirección en el grupo. En cada escisión, en casa ruptura, Urrutikoetxea se alineó siempre con aquellos que mantenían su fidelidad al nacionalismo independentista y a la violencia. No hay ningún otro caso de miembro de la organización terrorista que haya tenido una militancia tan larga y continuada, en la libertad o en la cárcel». He aquí al personaje que hoy se considera amortizado, y tal vez por eso, sorprende su detención, como le ha ocurrido a Jesús Eguiguren –para quien Ternera es el «héroe de la retirada» que «quería realmente acabar con el terrorismo»– que considera que «los servicios de seguridad sabían dónde estaba y lo dejaban en paz». Esto mismo lo ha confirmado Juan Alberto Belloch –que de esto algo sabe por haber ocupado la cartera de Interior y a quien, hace ya muchos años, en el Club Financiero de Madrid, personalmente le oí afirmar que «todos [los Gobiernos] hemos negociado con ETA»– al señalar que, hasta ahora, no se detuvo a Ternera para «no bloquear las relaciones durante los procesos de diálogo y negociación», pero que también considera que, puesto que «ya no hay nada que dialogar ni debatir», ha podido detenérsele «sin quebrantar un proceso de paz».

Lo dicho: la guerra ha terminado, como en la película de Semprún-Resnais, y entramos en una normalidad inédita en la que se produce «la buena noticia de saber que el Estado de Derecho funciona» y de que «alguien que tiene cuentas pendientes con la Justicia está a disposición de los tribunales», como ha declarado Patxi López. Eso es todo para esta izquierda que, paradójicamente, en cuanto al franquismo, reclama una memoria histórica, la misma memoria que niega en cuanto al terrorismo. Y no ha transcurrido un cuarto de siglo, el espacio de una generación que lo borra casi todo, como cuando Semprún escribió su guion. ¡No!, ni siquiera ha pasado una década y los agravios, los asesinatos irresueltos, los exilios forzados, las amenazas potenciales no se han difuminado.

Pero ahí están esas izquierdas, la socialista y la abertzale, brindando en txokos navideños, y conversando en zulos apartados para trasegar apoyos políticos, incluso investiduras, dejando pasar las viejas historias, enterrando los antiguos crímenes, construyendo el olvido –aunque sólo el del Estado democrático– que vaciará las cárceles de sus perpetradores, mientras se exhibe a Urrutikoetxea, el juguete ya roto del viejo terrorismo.