IGNACIO CAMACHO-ABC

  A Cs le beneficia su ADN catalán, un equipamiento genético dotado de anticuerpos naturales contra el nacionalismo

CUANDO el Rey pronunció su trascendental discurso del 3 de octubre parecía que se lo hubiesen escrito en la oficina de Ciudadanos. Con el Gobierno bloqueado por su fracaso en el referéndum de los palos y Cataluña en medio de un claro proceso revolucionario, el país encontró en Felipe VI su principal referencia de liderazgo. El discurso marcó una línea de firmeza sin una sola fisura que apelase al fantasmal diálogo y le dejó a Rajoy el marco perfecto para encuadrar la respuesta del Estado. Pero el presidente, que necesitaba al PSOE para invocar el artículo 155, aún se demoró tres semanas en aplicarlo. En ese tiempo, la oleada trimestral del CIS llevó a cabo su trabajo de campo. El resultado revela una importante prima de apoyo a Albert Rivera, al que los españoles, en un momento de zozobra general, identificaron como el dirigente mejor orientado. 

Falta en la encuesta el impacto de la reacción marianista, que muy probablemente mejorará el respaldo del jefe del Gobierno, acostumbrado a enfrentarse a los problemas –y vencerlos—a ritmo lento. Pero la interpretación lineal del estudio de opinión revela a Cs como el único partido que ha logrado crecer en medio del desconcierto.

El trasvase de votos del PP y, ojo, de Podemos hacia la formación naranja es en cada caso de un diez por ciento; el incremento se produce también en menor medida a costa del PSOE, al que los contumaces errores de Pablo Iglesias, desplomado en credibilidad, evitan un mayor descenso. Sin el desgaste de la responsabilidad de decidir, Ciudadanos se convierte ante la crisis catalana en la balsa donde confluye el voto de la esperanza…y del descontento. 

De las cuatro fuerzas nacionales, es la única que tiene ADN catalán; nació como movimiento de rebeldía civil contra la hegemonía del nacionalismo. Ese equipamiento genético le ha dotado de anticuerpos que no posee el resto de los partidos, acomplejados en mayor o menor medida por la pujanza soberanista y vulnerables de algún modo a sus trampas y a sus mitos. Rivera y los suyos saben las debilidades del independentismo porque lo conocen desde chicos, y han logrado proyectar esa experiencia sobre un electorado refractario a humillarse ante el supremacismo iluminado y a encogerse ante el desafío. Eso sí, les beneficia no tener que tomar decisiones que siempre dejan un poso de decepción y sitúan al gobernante bajo un antipático e implacable debate colectivo. 

En cualquier caso, la entrega trimestral del CIS certifica que Cataluña es ya, para lo que queda de legislatura, la medida del éxito o del fracaso. La agenda política no tiene en este mandato otro contenido ni otro calendario. El problema catalán lo determina todo; después de lo que ha sucedido la gente ya no va a admitir componendas ni sucedáneos. Pero es en el conjunto de España donde está la clave y el caso de Podemos demuestra que el que no lo advierta saldrá descalabrado.