CAYETANA ÁLVAREZ DE TOLEDO-EL MUNDO

Hoy se reanuda el juicio del Proceso separatista. Qué felicidad. Sigo sus sesiones con el mismo morbo que los espectadores de El Pueblo del Estado de California contra Orenthal James Simpson. Además, comparecen el secretario de Estado Nieto y el guardia civil Pérez de los Cobos, el dúo al que el ex Gobierno del PP ha pasado la patata arrugada de la presunta represión del 1-O. Así mueren los días: juzgando por violencia al Estado y no a los golpistas. Pero vamos antes con los protagonistas de la semana pasada. Hilvanadas, sus comparecencias conforman un argumentario para el exilio.

Gabriel Rufián. A primera hora, escuché la voz de un periodista en la radio: «Gran expectación ante el testimonio del diputado Rufián». ¿Gran expectación? No puede ser, pensé, este país va muy mal. Pero me equivoqué. Es imprescindible escuchar y leer a Rufián. Incluso hacer ambas cosas a la vez, como hice yo. Así, le oí admitir que él y sus maquis pretendieron alumbrar la Nueva República Libre Catalana mientras merendaban. Pijos de Embassy. Le vi también inflarse como un pavo en Sálvame cuando la abogado del Estado le preguntó por su cargo: «¿No ve usted la tele?». Y sobre todo leí su réplica al tuitero Pastrana, que se había mofado del tiempo que el ilustre diputado llevaría preparando su comparecencia. Escupió Rufián: «Casi tantos meses como los que han pasado desde que se sabe que eres un ex alcalde del PP de una pedanía de Teruel». Deténganse ahí. No en la alusión al PP como causa de inhabilitación moral: golpe de payaso viejo. Me refiero al coletazo: «…de una pedanía de Teruel». Estas cinco palabras condensan una visión de España y de los hombres. La visión del catalanista. Es decir, del xenófobo.

Albano Dante Fachín. Mi doble compatriota, hermano de ambos hemisferios, debo solidarizarme con él. El juez Marchena, hombre pulcro, elegante y amable, lo llamó primero «Señor Fachini» y para acabar «Señor Dante». Qué comedia divina. Ahora entiendo que, preguntado por su estado, Albano gruñera: «Precario».

Iñigo Urkullu. El prodigioso caso de un presunto mediador que defiende exactamente las mismas ideas y objetivos que una de las partes: el derecho a la autodeterminación (sic). Para que nos entendamos mejor: sería como recurrir a Txapote para negociar con Thierry. Y Ciudadanos, en demasiadas ocasiones mediador entre la verdad y el voto, incurrió en la vulgaridad de echárselo en cara a Rajoy.

Ada Colau. La alcaldesa de Barcelona, yo, mí, me, conmigo, no tengo abuela, plural mayestático, dijo en el juicio: «Si estamos aquí por el 1-O, deberíamos estar millones». Y yo me acordé de Evita y su legendario «Volveré y seré millones». En realidad la frase es apócrifa, un verso del poeta Castiñeira de Dios, pero se convirtió en lema del peronismo. Ada, nuestra Eva, sin los Christian Dior, pena.

Jordi Cuixart: el presidente de Òmnium Cultural iba mascullando y aullando que él le había dicho al juez Llarena que se arrepentía, pero que eso fue porque entonces quería salir de prisión, pero ahora ya no, ahora quiere seguir dentro, bien dentro, «porque ya no es mi prioridad salir de la cárcel», «porque soy un preso político», y porque Cataluña y la democracia y el récord Guinness de la desobediencia civil y Cristo Redentor y tal y cual, y yo iba pensando ¿a quién me recuerda este hombre…? Y de pronto me vinieron a la memoria las playas doradas de la Barceloneta y el caballero de la Blanca Luna. Y entendí: es el Quijote. El Quijote con cinco chutes de criptonita. Claro que Junqueras también se pasea en círculos por el patio de la cárcel, repitiendo: «El junquerismo es amoooorr, el junquerismo es amoooorr…»

Carmen Forcadell. Aferrada al reglamento del Parlamento catalán como si fuera un misal, llegó a pedir al Tribunal, que no es precisamente el de la Inquisición, un acto de fe. Dijo que no leyó lo que votó: la resolución de ruptura con España. Y que no votó lo que leyó: el preámbulo de la Declaración Unilateral de Independencia. De Victoria de Samotracia del proceso, a ratita presumida volando por la borda.

Mariano Rajoy. Me veo patrióticamente obligada a dirigirme al juez Marchena: el hecho de que el ex presidente del Gobierno no haya concedido a los precedentes, advertencias y hechos del Proceso la gravedad que merecían; el que haya dicho que el operativo policial, bah, no iba con él; el que descartara el estado de sitio y vacilara ante el 155… no significa que el 1–O no haya sido un pedazo de rebelión violenta. Mariano es así. Un spectateur non engagé. Siempre encuentra terceros a los que culpar: Acebes, Zaplana, Pizarro, Aznar, El Tato. Y siempre rebaja la calificación de la realidad: el 9-N, un pantomima; el 1-0, un lío. En su comparecencia, Artur Mas dijo que jamás imaginó que Rajoy impediría el 1-O a la fuerza. Rajoy tampoco.

Soraya Sáenz de Santamaría. Qué bien iba todo. Qué íntima y pública era la satisfacción de la ex vicepresidenta. Angora líquida. Cómo jugueteaban las comisuras de sus labios. Hasta que de pronto apareció un letrado armado de sesos y hechos. De su testimonio, tres momentos estelares. Cuando aseguró que la Operación Diálogo fue para «reforzar la presencia del Estado en Cataluña»; en su día, y en el diván, declaró: «Voy a confundirme con el paisaje, hacerme imprescindible». Cuando insistió en que trató a todas las comunidades autónomas por igual. Claro, por eso abrió despachos también en Badajoz, Murcia y Valladolid. Y cuando reconoció que ella, vicetodo, ministra para Cataluña y jefa del CNI, no tenía la más remota idea de cómo pretendía el Estado impedir la votación del 1-O. Y ahora es miembro del Consejo de Estado.

Juan Ignacio Zoido. El ejemplo de que el ejemplo cunde. Lo raro es que no lanzara la patata, ya puré, a Moragas y Senillosa, dos catalanes que ocupaban entonces los cargos de jefe de Gabinete de Rajoy y consejero de Seguridad Nacional. De su interrogatorio me quedo con la justificación de por qué el Gobierno sólo envió 6.000 policías para abortar el referéndum: «No se podía desproteger al resto de la nación». Como es sabido, el 29 de septiembre había avisos de un tsunami en Tenerife, dos ataques terroristas coordinados en Vigo y Zaragoza, y tres consultas ilegales para la independencia en La Rioja, Andalucía y Aragón.

Cristóbal Montoro. A todo chulo le llega su malversación. El ex ministro de Hacienda tuvo que admitir que su fama de sabueso implacable adolece de una cierta hiperinflación. El 31 de agosto de 2017 había proclamado: «Cataluña no destina ni un euro al referéndum». El 15 de septiembre había insistido: «Ni un euro irá a pagar una actividad ilegal». El 16 de abril de 2018 había rematado: «Yo no sé con qué dinero se pagaron esas urnas de los chinos ni la manutención de Puigdemont. Pero sé que no con dinero público». En el juicio, en cambio, no sólo reconoció una posible malversación; se erigió en tribunal y sentenció que la hubo. Pa’ Marchena, yo.

Los abogados de Vox: Son los Fernández y Fernández del juicio de Proceso, santos varones, qué decepción. No sólo dilapidaron jurídicamente los interrogatorios a los acusados. No sólo desaprovecharon políticamente los testimonios del Gobierno del PP. Es que asumieron mansamente los insultos del cupero Baños, un tipo que comparte filiación política con asesinos de Terra Lliure. Recordémoslo: Baños se negó a contestar a las preguntas de Vox por «dignidad antifascista». Y Marchena, en lugar de multarle directamente, preguntó a los abogados de Vox si aceptarían que él les hiciera de ventrílocuo, una figura reservada para plácidas cuestiones ordinarias, como cuando una de las partes quiere plantear una pregunta pasado su turno. «Ningún problema, señoría», contestaron Fernández y Fernández. Y el escarnio desembocó en esperpento. Baños dijo que la vox de Marchena tampoco le valía y el juez, atribulado, decretó cuatro minutitos de receso.

Y así, españoles, llegamos a la cuarta semana de un juicio que no sólo decidirá el futuro de nuestra simpática nación, sino que además marcará un hito en la lucha de la democracia, como sistema, contra su gran enemigo contemporáneo. Que ya no es la fuerza bruta, sino la fuerza blanda. Hoy las democracias no se destruyen con bombas y tiros, sino con sonrisas y lágrimas. Una viejecita votando con el corazón en un puño tiene más peligro que un tricornio con pistola. Las defensas –animadas por piezas tan oportunas y sutiles como la de Vidal-Folch ayer en El País– afirman que en el Proceso no hubo violencia. Y yo, lega, me fui a los textos. Primero abrí mi viejo Código Penal, artículo 472: «Son reos del delito de rebelión los que se alcen violenta y públicamente para cualquiera de los fines siguientes: 1º Derogar, suspender o modificar total o parcialmente la Constitución. […] 5º Declarar la independencia de una parte del territorio nacional». Luego entré en la web del Diccionario de la RAE. Violencia: «Cualidad de violento». Violento: «Dicho de una persona que actúa con ímpetu y fuerza y se deja llevar por la ira. Que implica el uso de la fuerza, física o moral». Moral, inmoral. Y finalmente, aprovechando que el Tribunal Supremo pasa por la Plaza de la Villa de París, me senté en un banco a canturrear Le pont Mirabeau de Apollinaire: «Comme la vie est lente et comme l’espérance est violente». El catalanismo no quiso esperar. Impaciente, exaltado, emprendió el atajo sentimental. Y ejerció así contra la democracia española la violencia más letal: la de las fake esperanzas y las emociones sin ley.