Apoye a un imputado por Navidad

EL MUNDO 23/11/16
JORGE BUSTOS

El Hotel Villa Real exhibe una coqueta selección de antigüedades romanas entre las cuales destacan unos vistosos mosaicos. No cabe sino reconocer la coherencia del lugar elegido para la reunión que ayer convocó allí a las teselas más coloridas del Estado plural, desde Bildu hasta En Marea, de Artur Mas a don Gabriel Rufián. Acudían a suplicar contra el suplicatorio que el Congreso votaba por la tarde para infortunio de Francesc Homs, procesado por desobediencia. No se trataba sólo del entrañable apoyo a un imputado por Navidad, sucedáneo del pobre de Berlanga, sino de desahogar el sentimiento premoderno que opone la democracia a la ley, la excepción a la norma, el privilegio a la igualdad, el Ejecutivo al Judicial, el Medievo a la Ilustración. La tribu a Roma.

Lo expresó muy bien don Artur, algo más canoso pero aún dueño de esa oratoria silbante que alarga las eses finales lo mismo que los soberanismos alicaídos: «Van a permitir que un político sea juzgado por escuchar a la gente. Es una sinrazón y una vergüenza para España entera». Siempre que Mas dice España, algo cálido y punzante nos recorre la piel interior, algo como un chupito. Luego interpeló al PSOE en un rizo de demagogia singularmente espumoso: «¿Es digno hacer presidente a Rajoy y permitir que se juzgue a Homs?». Tomó luego la palabra el vate Llach, desprovisto de vihuela, para alertarnos contra la baja calidad de nuestra democracia. «La ley no es sinónimo de justicia», aseguró. Y puso como ejemplo el franquismo, pudiendo haber evocado la expulsión de los moriscos, la batalla de Farsalia o cualquier otra iniquidad histórica. Salió al quite Maite Beitialarrangoitia, de dicción tan pedregosa como las canteras de su tierra: «Añoran el colonialismo», decretó. Aitor Esteban protagonizó un interludio más técnico, pero enseguida retomó la elegiaca letanía Alexandra Fernández, cuya marea no es precisamente de conocimientos jurídicos. Porque cargaban todos contra la judicialización de la política, que es como amonestar al agente que nos multa por exceso de velocidad por judicializar nuestra conducción.

Faltaba Pedro Sánchez, por allegar algo de complicidad a las víctimas del sistema. O al menos doña Soraya, que acaba de inaugurar ventanilla de quejas sectoriales en Barcelona. Pero en lugar de ellos se acercó al micrófono Oriol Junqueras y citó a Churchill. Mira, ahí ya tenemos un punto de partida para el consenso con Rivera. Abrochó el happening el vigente Puigdemont. Oír al caudillo orgulloso de los unilaterales clamar contra la unilateralidad de los jueces revuelve un poco el órgano de la lógica. Terminó de afrentarla cuando glosó el «coraje» de don Quico. Hombre, president. Un corajudo no afronta el banquillo acompañado de séquito, sino que camina altivo y solitario ante el juez para declarar que hizo lo que hizo en la esperanza de emancipar a su patria oprimida, bien consciente de la ilegalidad de la hazaña, porque todas las revoluciones son ilegales. Lo que no vale es reclamar el laurel de los héroes y pretender salir del bar sin pagar el precio.

Al acabar no se sirvió vino español.