ABC-IGNACIO CAMACHO

Rivera quiere cerca a su más valiosa pretoriana. Ningún partido desperdiciaría un activo tan potente en una campaña

ERA cuestión de tiempo que la excelente aceptación pública de Inés Arrimadas acabase por volverle estrecho el ámbito de la política catalana. Por más que sobre su figura haya brotado un halo de cierta sobrestimación mediática, posee un capital más que notable de audacia, popularidad, talento y garra. Su victoria en las elecciones de Cataluña catapultó su estrella con una aureola carismática que ha agrandado sus naturales condiciones para la dialéctica parlamentaria. Ningún partido desperdiciaría un activo tan potente en una campaña, y así lo ha entendido Albert Rivera cuando está a punto de jugarse la más decisiva de sus cartas. Para alcanzar el papel protagonista que se le viene resistiendo en España, el líder de Ciudadanos necesita reunir en el empeño sus mejores bazas, y dejar a Arrimadas en Barcelona equivaldría a pelear con una mano atada. La decisión provoca un cierto efecto de «manta corta» –si te tapas la cabeza te descubres los pies– en la formación naranja, pero Rivera ha considerado que es la hora de apostar a todo o nada. Quiere a sus más valiosos pretorianos cerca para disputar la gran batalla.

El riesgo evidente de la operación es el de condenar al constitucionalismo catalán a una suerte de desarraigo. Cs no supo completar su triunfo de diciembre del 17 con iniciativas que reforzasen su liderazgo. Prefirió proteger a su dirigente mejor valorada de la sensación de fracaso ante un nacionalismo que en la práctica ha cerrado las instituciones autonómicas para dedicarse en exclusiva a la propaganda de su delirio sectario. Y esa esterilidad del triunfo electoral ha dejado a muchos votantes desazonados, sumidos en un escepticismo que la fuga de su candidata puede convertir en desamparo. Pero Rivera tenía que elegir y ha priorizado la escena nacional como escenario en el que frenar el desafío separatista desde el Estado. Desde el momento en que se comprometió a no pactar con el PSOE en ningún caso, se cerró cualquier otra vía que no sea la de derrotarlo. Y como eso sólo será posible en un frente más amplio, con Vox –mal que le pese– y el PP, sólo le queda la opción de adelantar a ambos si no quiere verse relegado a un antipático rol secundario. En ese esfuerzo entra Arrimadas porque el partido tampoco anda sobrado de perfiles con tirón electoral contrastado.

Por último, existe otra razón de peso. Y es que Cataluña es el único lugar donde el acercamiento de Sánchez a los soberanistas puede tener éxito. El presidente intenta repetir allí la estrategia de la que Zapatero sacó bastante rédito; por ahora las tendencias de los sondeos le auguran un significativo ascenso. En Barcelona, con 31 escaños en juego, será vital una candidatura capaz de ponerle freno. Si sale bien la misión, a Arrimadas le espera un puesto de relevancia en el Gobierno. Si sale mal… habrá tal terremoto en el centro derecha que su futuro será lo de menos.