Asamblea de facultad

ABC 29/12/16
IGNACIO CAMACHO

· El virus cainita ha hecho presa en la estructura de Podemos porque es un partido que no sabe vivir sin enemigos

LA pasión cainita es consustancial a la política clásica, pero se suponía que los nuevos partidos habían surgido para cambiar los viejos cánones con su sedicente superioridad moral y su ética redentorista. Por esa razón la bronca interna de Podemos no es tanto el fruto de una doblez hipócrita (que la hay, y desde el principio, en el contraste entre sus conductas y sus valores) como de una sobrevaloración narcisista e inmadura de su proyecto. Un patente exceso de autocomplacencia unido a una pésima digestión del éxito.

Porque en términos objetivos, Podemos ha alcanzado un éxito incontestable… excepto para sí mismo. En dos años ha pasado de una idea de laboratorio universitario a una fuerza con potente masa crítica parlamentaria que además gobierna en las principales ciudades del país. Sus 71 diputados no los había alcanzado en España ningún partido tercerista; representan a cinco millones de ciudadanos incomprensiblemente cohesionados pese a unas evidencias contradictorias que no perdonarían a los agentes políticos dinásticos. Ha mostrado una insólita capacidad para protagonizar el debate público, ayudado por el duopolio televisivo, y se ha apoderado de la hegemonía en las redes sociales. Todo esto representaría para cualquier organización de nueva planta un logro excepcional, pero choca con las aspiraciones de un liderazgo megalómano que había sobrestimado sus expectativas y que ahora se ve obligado a la ingrata tarea de reconducirlas.

Podemos era una operación de oportunidad urdida con vocación de asalto fulgurante al poder. Lo pudo lograr, ciertamente, pero el sistema resultó más correoso de lo que daba a entender su aparente debilidad crítica. El aterrizaje en la realidad le está generando severos problemas, entre los que no es menor el aburrimiento de una tarea institucional que desmotiva a sus mesiánicos dirigentes y les provoca una engorrosa sensación de rutina. Acostumbrados a la agitación, al combate y a la dialéctica, han acabado por enfrascarse entre ellos mismos. El eterno virus leninista del enfrentamiento intestino ha hecho presa en su estructura porque es una organización que no sabe vivir sin enemigos.

Iglesias, Errejón y compañía se han entregado, como dice el querido Colmenarejo, a la típica confrontación de las asambleas de facultad, que les conduce a una parodia política. A su brillante estrategia electoral le faltaba madurez para atravesar una cierta normalidad; faltos del espectáculo que les da vida lo han montado en sus propias filas. Por ahora no sufren excesivos costes porque a su electorado radical lo apiña aún la catarsis pendiente y porque el PSOE sufre su particular agonía. Sin embargo, la colisión interna los retrata como lo que más dicen odiar: un partido de toda la vida. Y quien tenga ojos para ver verá lo que puede hacer en el poder una tropa capaz de ensimismarse en esta pugna fratricida