MANUEL MONTERO-El Correo

Si llegaran a invadir España, los marcianos pronto saldrían a escape, a buscar algún sitio con vida inteligente

Una de las costumbres más raras de los extraterrestres es su propensión a invadir la Tierra empezando por Estados Unidos. En esto hay jurisprudencia: en cualquier película que se precie –y hay tutiplén– los marcianos, alienígenas e invasores en general atacan primero Nueva York, Washington o alrededores. En esto se ve que los que van llegando no son muy espabilados. A nadie se le ocurre empezar por donde hay más gente que cree en ovnis, preparados para contraatacar.

La incompetencia marciana es tal que con frecuencia quien les pilla acercándose aviesamente a la Tierra es un preadolescente medio lelo, de esos que se pasan el día (y la noche) mirando al espacio por si acaso, acomplejado porque la maciza de clase no quiere acompañarle al ‘party’, negativa bastante comprensible. Por si fuera poco, siempre tienen un presidente heroico que se dirige a los ciudadanos y al mundo llamando a la resistencia. Y eso que suele estar preocupado por su mujer e hija, a las que los marcianos acostumbran a pillar en alejamiento indefenso.

Los demás países solo salen de refilón, cuando los cabrones del espacio se cepillan París mandando un tsunami o los hindúes aparecen rezando por la salvación. Hacen bien en tomárselo con calma, pues al final la respuesta norteamericana resulta mano de santo, demostrándose de paso la conveniencia de que todos vayan armados hasta los dientes y con la astucia suficiente para inculcarles virus antimarcianos o bajarles la guardia con una sobredosis de sentimentalismo. Y, si no hay romanticismo posible, mandando a los más brutos hasta la nave galáctica que lo dirige todo, para liquidarlos en un santiamén mediante un obús nuclear del carajo.

La reiteración argumental debe ponernos en guardia. No sería de extrañar que los marcianos vayan aprendiendo y que la próxima no empiecen por los más preparados –americanos armados hasta los dientes, acostumbrados a disparar, con un presidente bravucón–, sino por la que quizás vean como la parte más débil de la humanidad. Por nosotros mismamente, una vez comprueben las características patrias: un pueblo quejoso de su condición, que canaliza su agresividad en hacerse la guerra a sí mismo, convencido de que lo nuestro no merece la pena, gusto por ponernos zancadillas y confianza en las fantasías como solución a todos los males. Un país es sobre todo un estado de ánimo y el hispano da en gafe: de eso se da cuenta hasta el alienígena más zote.

No es improbable, por tanto, que a la próxima ataquen la Tierra descendiendo en sus platillos volantes justo en La Moncloa, pues no les parecerá aconsejable hacerlo por San Juan de Gaztelugatxe, como parecería lógico, por el gentío y la dificultad de predecir la actitud de los vascos ante la llegada de extraterrestres: si con kale borroka galáctica –eventualidad aceptable para un invasor agresivo– o de poteo amoroso, hipótesis inquietante pues en la cuadrilla se entra fácil pero es de difícil abandono, y eso si el cuerpo aguanta.

Así que por La Moncloa. La nueva le cogerá a Pedro en pleno frenesí, dándole a lo suyo a cada voto que le apoyó. Un comunicado proclamará que España es un país acogedor, y que donde caben diez caben veinte. Así que no se niegan a abrir un proceso de negociación, si bien hay que contarle a Merkel la invasión galáctica, pues esto no es solo un problema español, sino europeo y quizás mundial; por lo tanto, calma, pues mal de muchos…

Los populares no permanecerían silenciosos ante los acontecimientos, pese a estar ensimismados con sus cosas: el Gobierno no está a la altura, no ha consultado a la oposición. Los viajeros estarán cansados tras recorrer tantos años luz y podrían percibir como hostilidad un recibimiento gélido, responderán los socialistas. Es el momento de un Ejecutivo de progreso, aseguraría Podemos, pues debe aprovecharse la oportunidad para abrir una nueva era transversal junto a los alienígenas, cuyas capacidades nos permitirán empoderarnos, superando así el rancio capitalismo: quizás pronto chaletitos con piscina para todos. Ciudadanos, indignado, criticaría al Gabinete Sánchez por su debilidad y llamaría a la reflexión, sin dar pasos imprudentes ni quedarse quieto.

En lo más áspero del debate sobre los extraterrestres, entre manifestaciones al grito de «welcome» y otras diciendo «no los necesitamos», el Gobierno vasco se dirigiría a los invasores con un mensaje en euskera, para que lo transmitan a los mundos exteriores, a ver si el idioma vernáculo procede de por ahí.

Para entonces se habría impuesto la idea, discutida en las tertulias televisivas, de recibir a los visitantes como se merecen. Se organizaría un acto oficial con asistencia de los presidentes autonómicos, mostrando así a los extraterrestres la diversidad de los pueblos de España, cada cual con su bandera. Cataluña se negaría, con indignación por la jugarreta, y anunciaría la inmediata apertura de negociaciones bilaterales con los recién llegados, a los que se ofrecería como sede en el planeta Tierra, al tiempo que les explicaba su voluntad de ejercer el derecho a decidir en el seno de la comunidad galáctica, lo mismo que Andrómeda, Ganímedes y el planeta Sirius. Pues ellos no son más que nadie, pero tampoco menos.

Llegados a este punto, los marcianos saldrían a escape, a buscar algún sitio con vida inteligente. Aquí arreciarían las manifestaciones: unas para que regresen los seres del espacio, otras en repudio del PP por espantarlos y los catalanes asegurando que quedaba confirmada la brutalidad de un Estado que no lo quieren ni los extraterrestres.