Arcadi Espada-El MUndo

Mi liberada:

  Acaban de publicarse unos cuantos retales más de Josep Pla, bajo el infinitivo radiofónico Fer-se totes les il·lusions possibles (Destino). Como en el caso del anterior volumen, La vida lenta, los textos no están donde debieran, que es formando parte de una nueva edición –crítica– de los dietarios planianos. La cronología es incierta aunque la mayoría de los textos deben de datarse entre finales de los cincuenta y la década de los sesenta. De algún modo están escritos sabiendo que no van a ser publicados. Bien porque la censura franquista, como Pla sospecharía, iba a tachar esos párrafos, bien porque, como creo que sucede en la mayoría de los casos, los escribía sin voluntad inmediata de publicarlos. Así se mezclan borradores de párrafos que acabará luego elaborando, probaturas interrumpidas de novelas o desahogos del corazón y la conciencia. Estos últimos son los que tienen el mayor interés. Y no van a desagradarte. Es más: son desahogos que habrían merecido el llamado Premi d’Honor de les Lletres Catalanes. Está, por ejemplo, su caracterización de Lorca a propósito de la biografía que escribió José Luis Cano: «El biografiado es realmente intrascendente –salvo su muerte que fue horrible–. Lorca dio un tipo de charnego impresionante». Siempre que sale hay que recordar que el origen de charnego es perro, y perro borde, de mil leches. No es la primera vez que Pla utiliza esta palabra. Recuerda aquella necesaria precisión de Notes per a Sílvia: «Ayer, en Pals, un hombre llamado Lozano (charnego), de posición acomodada, mató a una mujer a palos». Pero es verdad que en el caso de Lorca el tipo charna adquiere un delicioso y genérico matiz racial, más allá de las circunstancias inmigratorias catalanas. Por cierto, y abro un cierto paréntesis. La Gran [sic] Enciclopèdia Catalana da una definición de xarnego que debería llevarse a la ONU: «Persona de llengua castellana resident a Catalunya i no adaptada lingüísticamente al seu nou país», donde inadaptado y su nuevo país son joyitas engarzadas en mierda. Otro aforismo planiano te hará asentir en silencio, incluso con un repetido movimiento de cabeza: «El castellano: idioma magnífico para utilizar sobre todo cuando no se tiene razón». Pero donde yo quería centrarme es en sus comentarios a las observaciones de Unamuno sobre Cataluña, recogidas en un artículo de 1906. Debo confesarte que este artículo me pareció divertidísimo desde el primer día en que lo leí. Observa esta maravilla que luego quisieron comprar los argentinos: «Trabajan allí mucho, es verdad, pero vocean más que trabajan; valen, sí, pero sería un negocio redondo comprarles por lo que valen y venderles por lo que creen valer». O esta meditable agudeza: «Son los demás españoles los que han hecho el dicho de: ‘Los catalanes, de las piedras sacan panes’, y con esto les ha recalentado y excitado esa nativa vanidad que con tanta fuerza arraiga y crece bajo el sol del Mediterráneo». O este comentario tan moderno sobre vuestras manifestaciones narcisistas: «Y al lado de esto una envidiable educación cívica de las masas, que les hace celebrar reuniones políticas, a veces de muchísima gente, como la que presencié en la Plaza de Toros el domingo 21 de octubre de este año, en medio del mayor orden y del más pacífico entusiasmo (…) que se vació en gran parte en un agitar pañuelos blancos, diciéndose para sí cada espectador: «¡Oh, qué hermoso!» y yo, al salir de aquel mitin monstruo, del que llamaron aplech de la protesta, iba parodiando a aquel sacerdote egipcio cuando habló a Solón de los griegos, diciéndome para mí mismo: ¡ay, barceloneses, barceloneses, siempre seréis unos niños!». Y este final, naturalísimo: «Es el pueblo en que menos he visto a las gentes rendirse a las observaciones de censura; es el pueblo en que más he visto a los hombres repudiar los caminos del ‘conócete a ti mismo colectivo». 

A estos comentarios de Unamuno cabe atribuirles las dudas que sobresalen de todo intento de formalizar un carácter colectivo. Pero lo que nos interesa, y apreciarás, es la respuesta de Pla a esta acusación general de jactancia: «Unamuno obraba de mala fe al ocultar las causas de esto. Si los catalanes son así no es porque sí y Unamuno lo sabía o tenía la obligación de saberlo (…) Mi opinión es que el catalán de hoy no tiene ninguna característica típica de los catalanes de la época nacional (…) El catalán actual es un producto de la decadencia de Cataluña». Como de costumbre, aunque ahora sin querer, el tantas veces riguroso escéptico y esta vez amanerado creyente Josep Pla i Casadevall acaba dando en el clavo. Es evidente que las insuficiencias locales, si existen, no son hijas de Felipe V. Pla se asombraría de cómo los catalunyenses siguen siendo hoy jactanciosos, fachadistas, narcisistas, aunque algo menos panaderos, después de cuarenta años de reconocimiento y esplendor de su personalidad colectiva. Pero ese cuento que le cuenta Pla a Unamuno, y que sobre todo se cuenta, es el mismo que hoy siguen contándonse los catalunyenses: «Nuestros defectos y fracasos son una imposición del extranjero». El cuento, obviamente, contiene el doble fondo de la xenofobia que Pla está lejos de decirse, aunque lo muestre dramáticamente a través de sus charnegos. Es probable que el carácter colectivo no exista. Pero lo que sí existe, y documentado, es lo que las élites llevan escribiendo sobre sí mismas y sus trazos animalescos desde hace siglos. Pla acierta a sintetizarlo en uno de estos retales: «Es un ser que da –que me doy– pena». Habla del catalán, naturalmente. El único animal que ha convertido la autocrítica en victimismo. Tan distinto del animal castellano, que por un orgullo perverso rehúye ser víctima para darse al autoescarnio. 

Y sigue ciega tu camino 

A.