Becerrada en San Jerónimo

EL MUNDO 29/08/16
JORGE BUSTOS

El Tratado de los Toros de Guisando sirvió hace cinco siglos y medio para investir a Isabel la Católica frente a su adversaria Juana la Beltraneja, candidatas ambas al trono de Castilla; pero el pacto suscrito ayer entre don Mariano y don Albert en la Carrera de San Jerónimo no servirá para investir a nadie, por lo que proponemos que se le conozca a lo sumo como Jura de los Bueyes en Funciones. Pero con estos bueyes hay que arar, y si no llegan a toros, quizá sea por culpa de algún cabestro.

Contra el PP se vuelven las palabras como bumeranes en este bucle de bloqueo clueco, si disculpan la aliteración, y aquí es cuando de bueyes descendemos a marmotas. Acusó Rafael Hernando a Patxi López de someter la Presidencia de las Cortes al capricho partidista por emplazar el discurso en la soledad de la media tarde, y he aquí que Ana Pastor copia la mediática jugada; tildó Rajoy el Pacto del Abrazo entre Sánchez y Rivera de rigodón solemne con pretensiones de Caspe o de Guisando, y he aquí que se le acaba de poner cara de granítico becerro. O mejor, de cordero llevado al matadero del Hemiciclo. «Como oveja muda ante los trasquiladores», añade el versículo bíblico, pero éste no es el caso, pues Rajoy aún cuenta con el turno de palabra, y en esa Cámara suele saber aprovecharlo mejor que en cualquier plató.

Se trata de subir a la tribuna a invertir el pronóstico de Unamuno, de convencer aunque no venza. Ocurre que esa empresa meramente dialéctica, intelectual, se le antoja poco sugestiva a una sensibilidad tan poco dada al quijotismo como la de don Mariano. Como buen pancista, a Rajoy no le interesa ganar debates ni dar bien en las tertulias, ni necesita vender pompas institucionales de mesa pulida, pluma Mont Blanc y cuadro icónico de fondo. Él hace números, pero los números no salen. De ahí el gesto de autómata con que tomó parte en la foto de la mesa negociadora y el tono asténico con que anunció el alumbramiento desde el atril. Rivera había defendido el texto con orgullo de padre biológico, y hace bien, porque nunca tan pocos escaños dieron tanto de sí. Rajoy compareció más bien como el tío segundo que ha salido de casa a regañadientes, dejando la tele puesta, perfectamente consciente de que le han jodido el domingo, pero con la absoluta certeza de que piensan joderle mucho más el miércoles.

El acuerdo, en un país empeñado en desempolvar pintoresquismo goyesco para atraer hispanistas y no sólo hooligans a Magaluf, resulta valioso. Que los periodistas se apresuraran a preguntar por su vigencia, sin embargo, informa del grado de fe, esperanza y caridad que unos tímidos afanes estadistas merecen a la opinión pública, incluyendo quizá al mismo presidente. Es como presentarse en un paritorio tras un parto dificultoso y preguntar cuándo es el entierro. España negra e hidalga, más pendiente de rebuscar las declaraciones que el acuerdo traiciona –y levantar esos bichitos a la luz como entomólogos triunfantes y enloquecidos- que de comprender que la política, si no entraña alguna traición, no vale para nada. Y esto ya era así antes de Claudio.

Tiene razón Rivera en que un centenar de las medidas acordadas podría nuclear perfectamente el programa tripartito de un Gobierno racional, representativo y conciliador. Tres adjetivos que al español medio le importan tres cojones. Aquí la receta sigue siendo la opuesta: emociona, divide y ataca. En el ruedo ibérico toda la bravura se pierde por la boca y toda la mansedumbre se queda en el burladero, vulgo escaño. Y que pasen elecciones.