ABC -JON JUARISTI

Ante el centenario del nacimiento de un gran poeta europeo de Bilbao (donde desemboca la Mar Océana)

EL próximo mes se cumplirán cien años del nacimiento de Javier de Bengoechea y Niebla, que murió hace diez, en abril de 2009. Javier fue uno de los mayores poetas bilbaínos del pasado siglo cuya obra, acaso por timidez o por elegancia espiritual y, sin duda, por bilbainismo insobornable, no ha destacado lo que merece en la historia reciente de las letras españolas.

Alguien ha dicho que los bilbaínos no sabemos vendernos. No es exactamente así. Los bilbaínos detestamos vendernos. Juan Alberto Belloch, que fue magistrado en Bilbao antes de ministro de Interior y Justicia con Felipe González, contaba que allí es imposible comprar una camisa que te guste, porque el tendero procurará convencerte de que no te sentaría bien, por ancha, por estrecha o porque su color no combina con el de tus zapatos. Algo así pasaba con Bengoechea, que afirmaba haber dejado de escribir poesía porque le daba no se qué que la leyeran otros. Fue, sin embargo, un poeta profundo e impecable, tocado por el existencialismo cristiano de la última posguerra europea, lo que no le favoreció en una época invadida por la poesía social, sobre todo por la de sus paisanos vascos Otero y Celaya. Con Otero, al que admiraba, había compartido una juventud marcada por la temprana e ineludible crisis religiosa de factura jesuítica que se endosa en Bilbao a todo chaval de clase media, y que solía resolverse en desclasamientos estalinistas

o en desgarro unamuniano entre razón y fe, y no, como en Bengoechea, en una poesía apacible y lúcida, lo que en el medio literario vascongado resultaba más escandaloso que los amores locos de Rimbaud y Verlaine.

Una expresión tardía, entre confesional e irónica, de la autocontención de Bengoechea se halla en una letrilla titulada «Eurobilbainada», donde ahonda en la contradicción entre cosmopolitismo y localismo que constituye la esencia de nuestra eternidad bilbaína. Así escribía Bengoechea: «Siete Calles/ son mi casa./ Patria escasa,/ no me falles/ en detalles:/ pisa, pasa,/ montes, valles:.. /Ciudad mía, /¿desvaría/ tu coitao?/Que me creo/ europeo/ de Bilbao». La inclusión del término coitao («cuitado, infeliz»), el más característico del dialecto bilbaíno, sirve a Bengoechea para insertarse en una tradición orgullosamente local, pues «El Coitao Mal Llamao» fue la cabecera de la revista literaria y artística más cáustica del Bilbao del primer Novecientos, en la que colaboraron pintores como Adolfo Guiard, los Arrúe y Gustavo de Maeztu y escritores como el hermano de este último, Ramiro, Ricardo Gutiérrez Abascal, Tomás Meabe, José María de Salaverría y Ramón de Basterra.

Fiel a este espíritu corrosivo y ternurista, Bengoechea declaraba vivir «en una recatada/ Bilbao interior sitiada/ por el vasco neandertal» donde «mi sino es el del artista,/ con un abuelo carlista/ y otro abuelo liberal». Más unamuniano por su segundo apellido andaluz que por el primero eusquérico, Javier fue un extraordinario sonetista, quizá el mejor entre los innumerables sonetistas bilbaínos: Unamuno, Iturribarría, Otero, Fernández de la Sota, entre otros muchos (y muchas). Finalista del premio Adonais en 1950, lo ganó en 1955, con «Hombre en forma de elegía», un título que es toda una visión del mundo. En 1959 publicó un gran poemario taurino, «Fiesta nacional». Como crítico de toros, dignificó el periodismo bilbaíno durante varias décadas, bajo la firma Tabaco y Oro. Dirigió, en fin, el Museo de Bellas Artes de Bilbao desde 1975 a 1984. En 1990 tuve el honor de publicar con él una breve monografía sobre los cuadros de tema navideño en dicha pinacoteca. Cuánto echo de menos su recatada inteligencia disfrazada de «coitadez».