ARCADI ESPADA – EL MUNDO

· Días, semanas, rumiándola, sudándola, para llegar con ella, limpia de placenta, al minuto 30,48 segundos de su rueda de prensa. «Y respecto a la pregunta –y sonríe cómplice, a Estrella, a Daniel, como les llama con confianza, dos de los periodistas que escuchan cada día de su vida a Pedro Sánchez– les diré: ‘Mira, todas las naciones son España», donde lo primero inolvidable será ese «Mira…» flâneur.

Estrella y Daniel evacuan un silencio pastoso, que él atribuye al difícil tránsito de la inteligencia por la garganta de los desprevenidos y que le lleva a descargar de nuevo: «Todas las naciones son España». Los periodistas deben ser gente humilde y hasta cierto punto resignada. Y deben conocer la razón de ser de su oficio. No es su misión la glosa ni mucho menos la hermenéutica. En esta hora de España, además, lo que se necesita son periodistas impertérritos.

Por boca de su líder, el Partido Socialista, dominante inteligencia colectiva de la izquierda, ha propuesto crear una comisión parlamentaria para que dictamine qué es España. Un periodista de hoy no puede hacer otra cosa que anotar la idea, difundirla y averiguar su coste en horas, minutos y segundos. ¡Fuera estúpidas columnas de opinión! Arqueo y balance. Pero vuelvo: Todas las naciones son España. Ya se está moviendo Ymelda Navajo, primera que nadie, para contratarles a Estrella y Daniel la biografía del animalito. He dicho mil veces, pero cuesta, que el periodista no puede encarar de frente la obra de arte, rebozarla de adjetivos y supuraciones varias. ¿Qué podría escribir nadie sobre Todas las naciones son España? ¿En qué estado quedaría aquel que desafiara al sol de frente, con los ojos abiertos? No, hay que volver al oficio. Al acabar Estrella y Daniel se le tendrían que haber acercado, con precaución y respeto, pero felices.

Un poco como esos soldaditos de Kim Jong-un, que siempre salen al lado del líder y la Bomba, con sus libretitas y que son los únicos que saben. «¿Pedro, por favor, se te ha ocurrido de repente en el estrado, mirándonos, es que lo digo por el mira…». «Pedro… ¿fue en Mojácar, este agosto, aquella inoportuna mañana de lluvia en el bazar chino?, ¡me acuerdo que me llamaste y parecías muy contento!». «¿Pedro, fue en Ferraz, en el último brainstorming antes de las vacaciones, a cerebro partido con Adriana Lastra?».

Bien sé que Pedro Sánchez se dictaría un silencio sonriente ante la avalancha, respiraría con su acostumbrada profundidad y solo diría, marcando bien los tiempos con los nombres: «Estrella, Daniel… Todas las naciones son España». Pero ya se ablandará y sabremos. Este es un oficio duro, que exige picar mucha piedra, y mucha más en el trato milagroso con diamantes.

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