‘Bubble Boy’

DAVID GISTAU-EL MUNDO

SI LA política española fuera una comedia de enredo, resultaría gracioso tener a un personaje, Albert Rivera, que ha asumido para sus relaciones sociales la inmarcesible regla existencial de Ignatius J. Reilly: «Yo sólo me relaciono con mis iguales. Como no tengo iguales, no me relaciono con nadie». Hay unas posibilidades cómicas infinitas en este hombre que, al temer ser infectado por el contacto con otro ser ajeno al núcleo endogámico donde se baña en superioridad como Cleopatra en leche de burra, está a punto de introducirse en una burbuja de látex con una escotilla practicada para hacerle llegar la bacina, la alimentación y la medicación liberal.

Es posible que España, como insinuó Felipe González, se haya convertido en una Italia sin italianos. Lo cual tampoco ha de considerarse un desdoro si la finezza que según Andreotti nos faltaba se refiere en realidad a la capacidad de ponerse de acuerdo con cualquiera con tal de trincar poder. Hasta con la mafia, en el caso de Andreotti, cuyo ósculo a Tottò Riina en plena guerra terrorista de los corleoneses contra el Estado habrá de considerarse por tanto una hazaña de la finezza.

Si a Rivera le falta finezza para moverse como un italiano por el berenjenal de la ingobernabilidad crónica que ha traído la nueva Transición, ello es elogiable en algunos supuestos. Como el de la resistencia a volverse instrumental en la investidura de Sánchez bajo la presión de la abstención gratuita. El problema ocurre cuando Rivera arrastra a la sobreactuación a su personaje misántropo, a ese supuesto único hombre justo entre degenerados que a veces parece creerse. Lo ha hecho en Navarra donde, a pesar de que está claro desde hace tiempo que allí se dirime un choque esencial de contención de la ingeniería social nacionalista, Rivera ha preferido negarse a aparecer junto a Casado alcanzando ambos, con UPN, un acuerdo que está lejos de contrariar tanto a su electorado como al de Casado. Una vez declarada en Navarra la emergencia constitucionalista ante la expansión batasuna, Rivera prefiere cultivar la mezquindad de las riñas partidistas antes que trascender ésta por una cohesión que sólo la reticencia a las palabras demasiado ampulosas nos impide calificar de patriótica. Si éstos son los políticos con los que nos ha tocado bregar, no sorprende que Víctor de la Serna añore el legado de los de la ahora impugnada Transición.