Jasé Antonio Zarzalejos- El Confidencial

Para Lenin, Rusia, como para la CUP, Cataluña, se subordina a la Revolución. Esa es la ortodoxia de la revuelta. El patriotismo es un mascarón de proa

En 1920, Bertrand Russell viajó a la Unión Soviética y describió luego esa experiencia en ‘Práctica y teoría del bolchevismo’. Ariel acaba de reeditar este ensayo y otros escritos del que fuera premio Nobel de literatura en 1950 bajo el sugestivo título de ‘Viaje a la revolución’. La obra es apasionante por la agudeza de las reflexiones del filósofo. Entre ellas hay una especialmente lúcida y dramática. Y es esta: “Lenin, por ejemplo, según pude juzgar, no está más preocupado por los intereses de Rusia que por los demás países; Rusia es, en estos momentos, la protagonista de la revolución social […] Lenin sacrificaría a Rusia antes que a la revolución. Esta es la actitud ortodoxa” (página 34). En otro pasaje del libro, Russell asevera que “el fanatismo es un camuflaje de la crueldad” (página 20).

 

 

Algo, mucho, de esto está sucediendo en Cataluña. Recuerden el cartel leninista de los “cuperos”: barrámoslos. El patriotismo catalán independentista –ese en el que algunos “canallas se refugian”, según célebre expresión de Samuel Jhonson– encubre, como escribí el pasado martes, un proceso revolucionario que tiene en la CUP su máximo impulsor y a la ANC y a Òmnium Cultural como sus mejores y más dedicados costaleros. Según esa ortodoxia revolucionaria a la que aludía Russell, están dispuestos a que caiga la salud económica y social de Cataluña para que triunfe la revuelta. Si alguna duda había, los últimos acontecimientos avalan la convicción de que –con esa crueldad que instala el fanatismo en algunas actitudes, unas secundarias y cómplices, como la de Puigdemont, y otras protagonistas como las de Sánchez o Cuixart–, el independentismo está ya provocando estragos.

El cambio de sede de los dos grandes bancos catalanes es un recurso defensivo de esas entidades, necesario y veremos si suficiente, ante la agresión al marco de seguridad jurídica que toda entidad financiera requiere. Más aún cuando estas compañías han de estar protegidas por el paraguas de la Unión Europea y del BCE. En la misma lógica se mueve el sector turístico: las cancelaciones de estancias alcanza ya el 20%, un porcentaje altamente significativo que se conecta con el desvío de cruceros al puerto de Valencia. Hay algún país de primer orden que –alarmado– aconseja viajar con cautela a Barcelona, uno de los principales destinos urbanos del turismo mundial en Europa.

Los ciudadanos han sido bombardeados con una ristra de posverdades y de relatos alternativos solo comparable con la campaña de los ultras del Brexit

La Ciudad Condal acaba de perder la Cumbre de las Cámaras de Comercio Europeas y hay líneas aéreas que canjean billetes con cambios de fechas sin coste para vuelos con destino a El Prat. La revolución es más importante que la patria. Y la patria solo es el mascarón de proa de la revolución. Por eso en Cataluña ha desaparecido la voz de la clase burguesa que almohadillaba los conflictos y vertebraba el país con criterios de moderación y pragmatismo. Este proceso catalán se pronuncia en términos de independencia y democracia, pero en realidad es un empellón a los catalanes por minorías que se han hecho con el poder ante la decadencia de las elites sociales del país que en enero de 2016 dejaron que a Mas la CUP le enviase “a la papelera de la historia” al tiempo que los antisistema tomaban realmente el poder.

La fuga de empresas de Cataluña remite también al terrible engaño al que se ha sometido a la sociedad catalana. Los ciudadanos han sido bombardeados allí con una ristra de posverdades y de relatos alternativos –Junqueras ha sido un maestro en su formulación y Puigdemont el bardo que las ha proclamado– solo comparable con la campaña de los ultras del Brexit que se vinieron abajo cuando los británicos descubrieron la impostura. Son los dirigentes de la UKIP y otros de su cuerda los que respaldan la secesión catalana. Los extremos se profesan un magnetismo recíproco. Pero la realidad se está imponiendo: no iba a pasar nada pero está pasando de todo.

La revolución es más importante que la patria. Y la patria solo es el mascarón de proa de la revolución

El discurso del Rey, tan ampliamente criticado, ha sido el que con más perspicacia ha servido al Estado. Porque se pronunció en unos términos contundentes ante una realidad que muchos se niegan a ver: la emergencia de un proceso de subversión revestido de independentismo para proyectar desde Cataluña una euforia desestabilizadora que se encauce a través de un proceso constituyente para tumbar el “régimen” de 1978. Felipe VI ha parado los pies emocionalmente a los crecidos independentistas-revolucionarios y ha aleccionado a un Gobierno cohibido y a un PSOE con demasiadas dudas en un momento en que albergarlas desmiente la mínima madurez política.

La actual es una revolución con todos los ingredientes de estos movimientos: acoso a las fuerzas de seguridad, control de la calle, imposición de un pensamiento único, unanimismo y silencio de los disidentes. Que el Gobierno cometiese el error del 1-O no mejora la ínfima calidad de los propósitos revolucionarios ni exime de alertar del peligro que se perfila. Aunque en estos momentos se registre un cierto optimismo sobre el reflujo del independentismo revolucionario, no cambiará el signo de los acontecimientos hasta que Cataluña recupere la institucionalización constitucional y estatutaria. Y eso será cuando Puigdemont y Junqueras rectifiquen o cuando el Estado les obligue a hacerlo. De momento, puede más la revolución que los intereses de Cataluña y sus ciudadanos.