TONIA ETXARRI-EL CORREO

El Gobierno en funciones lleva más de un mes diciendo que los de Podemos no son de fiar para gobernar con ellos, pero Pablo Iglesias ni caso. Sigue en actitud mendicante para poder colocar a los suyos en el Consejo de Ministros; inmerso en plena operación de persuasión para convencer a Pedro Sánchez de que la política, sin su ayuda, va a ser un infierno. Por eso, en esta semana de encuentros parlamentarios en la Diputación Permanente, Pablo le ha dado una de cal y otra de arena a Pedro. Para que sopese, compare y, si encuentra alguien mejor, que lo compre. El inquilino en funciones de La Moncloa está poniendo a prueba la capacidad de aguante de los interlocutores políticos con los que no tiene prisa alguna por reunirse, mientras en sus rondas se trabaja a los sectores sociales afines pensando en la presentación de un ambicioso programa electoral de izquierda que no le disguste a Podemos. Si no, no le quedará más remedio que volver a convocarnos a las urnas. Pero en este compás de impaciente espera, el dirigente populista Iglesias ha querido que Sánchez vaya probando la miel del apoyo y la hiel del rechazo.

Miel para el vidrioso capítulo del ‘Open Arms’. Ha salvado al presidente en funciones de tener que comparecer en sesión de control en el Parlamento para que no tenga que dar cuenta del papel del Gobierno de España en la crisis migratoria de este verano. De tan lamentable gestión con la admisión de inmigrantes recogidos por el buque dará cuenta Carmen Calvo. Sánchez, salvado. Le debe una a Podemos que, por necesidad de enviarle guiños de complicidad de cara a una hipotética segunda vuelta de negociación para formar gobierno, ha claudicado en su causa por la transparencia. Porque ha solicitado que sea la vicepresidenta quien acabe de dar explicaciones sobre los ‘volantazos’ que ha ido dando el Ejecutivo en política migratoria este verano cuando, a nadie se le oculta, tendría que haber sido el propio presidente en funciones, por asunción de responsabilidad, quien habría tenido que comparecer en sede parlamentaria, por mucho que en los angustiosos días de espera y presión del ‘Open Arms’ él hubiera estado de vacaciones.

Pero en ‘cuestiones de Estado’ como el ‘procés’ catalán, por ejemplo, Iglesias ha querido dejar en evidencia las diferencias que mantienen. Hiel para Josep Borrell. Los secesionistas catalanes (ERC y Junts per Cat) habían solicitado la comparecencia del ministro de Exteriores para que diera explicaciones sobre el informe de ‘España Global’ elaborado por el Ejecutivo para contrarrestar en medios internacionales y embajadas la propaganda secesionista de la Generalitat. Que España es un país democrático y que, por lo tanto, no existen presos políticos sino políticos que tienen causas pendientes con la Justicia por haber querido vulnerar el marco constitucional. Esas verdades que el anterior Gobierno había descuidado en su deber de rebatir el argumentario independentista. Los aludidos, escandalizados, querían oír las explicaciones del ministro socialista. Y los podemitas se unieron a la propuesta. Que no prosperó. Por la sencilla razón de que el PSOE pudo evitar la comparecencia de Borrell gracias al apoyo del PP, Ciudadanos y Vox. Una alineación que debería dar qué pensar a Sánchez cuando imagine un Gobierno constitucional y estable para nuestro país. Quiénes se lo pueden facilitar. Y quiénes no. Pero da la impresión de que estamos ya en otro tiempo. Electoral.