Arcadi Espada-El Mundo

ESTA OBSCENA criatura reaccionaria, Calvo, vicepresidenta del gobierno de España, dijo ayer, como indicándole el camino a una reforma del Código Penal: «Si una mujer no dice sí expresamente, todo lo demás es no». La frase fue dicha para que se entienda y se aplique en sentido recto. Me divierte imaginar qué pensaría Calvo, claro, de aquellas mujeres que gritan desaforadamente no, no, no, porque ése es el modo con el que, en un preciso instante y con una pareja precisa, sacan mayor placer del sí. Está completamente descartado que la vicepresidenta entienda el carácter de juego malicioso que tiene el sexo, incluso para las victorianas que se entregan por Inglaterra. Pero lo importante no son las ridículas ingenierías penales que plantea la vicepresidenta, sino la trascendencia cultural del punto de vista que sostiene.

Entre mi madre y mis primeras novias –en paz descansen– había una importante diferencia. La generación de mi madre se movía en el mundo con un cableado cultural que por defecto decía no. El cableado por defecto de mis novias decía sí. De ahí que a mi madre hubiera que haberle arrancado el sí. Y de ahí, sin duda, la expresión forzosa: dar el sí. El sí por defecto de las novias hizo un mundo más alegre y entretenido. Contra lo que los reaccionarios de entonces opinaban no hizo que aumentara la violencia intersexual. Las agresiones sexuales, como las otras formas de violencia, han descendido notablemente, por más que las imposturas oportunistas de políticos ínfimos traten de hacer creer que vivimos en el Apocalipsis. La mayor facilidad de acceso al cuerpo femenino reforzaba, paradójicamente, la fuerza del no, que cualquiera ha sabido siempre interpretar. Y que la inmensa mayoría de los hombres ha respetado, porque hay pocas cosas más humillantes que torcer mediante algún tipo de violencia la voluntad sexual de una pareja.

Ahora bien, no todas las mujeres muestran el mismo interés por el sexo. Es una de las grandes diferencias biológicas: apenas hay hombres desinteresados por el sexo. Por lo tanto tampoco hay que engañarse ni enviciarse políticamente más de lo necesario. Hay muchas mujeres como Calvo, claro, formateadas por el no. El otro día, en un debate público sobre el asunto, una suavecita periodista socialdemócrata despreció el manifiesto contra el metoo de las francesas (con decir francesas no son necesarias más explicaciones) diciendo que eran mujeres a las que les gustaba que les tocasen el culo. Pudo parecer una impugnación, pero solo era una honda confesión del tipo autobiográfico.

Este tipo de culos que también ejercen el poder del sexo, solo que de otro modo. Este tipo de culos que prefieren la caricia de las poltronas. Por defecto.