JAVIER CARABALLO-El Confidencial

Resulta que Manuela Carmena se va a encontrar con un final de mandato en el que su equilibrio, tanto tiempo sostenido, se puede volver imposible

La alcaldesa de Madrid, Manuel Carmena, es una mujer difícil de escrutar. Nunca se sabe muy bien si es parte de problema o de la solución. Cuando los suyos se meten en un lío, como ahora con el mantero muerto en Lavapiés, la duda está en si la alcaldesa es la más sensata entre los insensatos o la más disimulada entre los osados. En los más de mil días que lleva de gobierno municipal en Madrid siempre ha existido esa duda que, por otra parte, y aunque solo sea a efectos prácticos, es algo que le viene muy bien a sus intereses políticos, a su imagen como gobernante, y a los madrileños de forma general, porque es el muro de contención de los desmanes de sus propios concejales. Enorme paradoja ésta, pocas veces vista, que la líder y máxima responsable de un grupo de gobierno en una institución sea vista como la garantía de que los suyos no consumarán todos sus propósitos.

Ahora, por ejemplo, es muy posible que la alcaldesa decidiera precipitar el regreso de París, que suspendiera todos los planes para volver urgentemente a Madrid, porque estaba convencida de que sus concejales podían incendiarle la ciudad. Dejar vacío el sillón de la Alcaldía en Madrid entraña un riesgo elevadísimo en circunstancias extremas como las del pasado jueves, cuando un pobre mantero cae fulminado por una cardiopatía y se difunde que huía de la Policía Local, porque tan pronto sale ardiendo un barrio como se organiza una concentración de apoyo a los inmigrantes en la que se propone ocupar el Ayuntamiento y asaltar las comisarías. En medio de esa tensión, es cuando la figura de Manuela Carmena aparece difuminada entre la responsabilidad de gobernante y la complicidad de agitadora social, acaso porque la propia alcaldesa, en su vida, siempre ha caminado por ese alambre.

 

Cuando llegó a la Alcaldía de Madrid, en algunos de los perfiles que se le hicieron, se rescataba una entrevista suya con el diario ‘El País’, a principios de los años ochenta, siendo juez, en la que ella confesaba que, por su procedencia familiar de pequeños burgueses de Toledo, descubrió muy tardíamente la lucha de clases. Fue en la Facultad de Derecho cuando, por ejemplo, llegó a la conclusión de que la Guerra Civil tenía un sustrato de lucha entre desiguales. “Mi sorpresa fue comprender que la guerra había sido entre pobres y ricos, explotadores y explo­tados, y a partir de ese momento empecé a sen­tirme muy interesada por todas esas cosas y a conocer a personas que estaban en grupos políticos». Se afilió al Partido Comunista y luego, ya licenciada en Derecho, ingresó en uno de los primeros despachos laboralistas de España. También eso le sirvió, por ejemplo, para conocer por primera vez a un obrero. Las sensaciones que provoca su confesión de entonces están entre la estupefacción y la ternura: “En­tonces conocí al primer obrero-obrero, de pro­cedencia obrera, que me llevó a su casa a la celebración de un Primero de Mayo, y aquello me hizo mucho impacto. Primero, porque todo aquello era nuevo para mí, y segundo, porque empezaba a comprender cómo la gente sentía la explotación”.

La Manuela Carmena que, cuarenta años después, se sienta en el sillón de la Alcaldía de Madrid todavía arrastra las contradicciones que le nacieron entonces, como mujer de familia pequeño-burguesa que decide dedicar su vida a la lucha por los más desfavorecidos. Lo que nunca hará Carmena, porque esas son sus propias raíces, es hablar de todos los empresarios como crueles y despiadados explotadores de seres humanos. Si sus padres eran propietarios de terreno y comerciantes, ¿cómo no va a entender ahora, por ejemplo, a los comerciantes de Madrid que le piden medidas contra la venta ilegal en las calles del centro? Si su formación profesional es el Derecho y la Judicatura, ¿cómo no va a defender el cumplimiento de las ordenanzas municipales que impiden la venta ambulante y la ocupación de las vías públicas en Madrid? Entre la formación profesional e intelectual que ha recibido y la realidad de las cosas, Manuela Carmena debe vivir en un constante conflicto ideológico interior, como si fuera a la vez estilete y escudo. Le sucederá con muchas facetas del gobierno municipal, de la gestión cotidiana de una gran ciudad como Madrid, pero seguro que ha sido con lo concerniente a la inmigración, a los sin papeles y a los refugiados cuando han acabado saltando todas las contradicciones, como una camisa a la que le estallan los botones porque tiene varias tallas menos de las que hacen falta.

Lo que nunca hará Carmena, porque esas son sus raíces, es hablar de todos los empresarios como crueles y despiadados explotadores

Se recordará, por ejemplo, lo sucedido con los refugiados. Manuela Carmena puede decir, como ocurrió nada más llegar a la Alcaldía, que estaba dispuesta a acoger a inmigrantes en su casa “si fuera necesario”, y se puede colocar una gran pancarta en la fachada del Ayuntamiento de Madrid, “Refugees Welcome», pero luego, las soluciones concretas, por benéficas que sean las intenciones, son mucho mas complejas y, en ocasiones, irrealizables. Objetivamente, según el relato que hace el Sindicato de Manteros y Lateros de Madrid, el responsable de la muerte del senegalés Mame Mbaye es el gobierno municipal de Madrid que ella encabeza y la Policía Local: “El supuesto ‘ayuntamiento del cambio’, aprueba la violencia que sufrimos a diario los manteros en la calle, golpes, persecución constante, redadas, insultos…”

Lo extraordinario es que en Podemos se asuma ese discurso cuando, al hacerlo, se están auto inculpando de unos hechos que, además, no han sucedido así, porque está demostrado que el senegalés falleció por una enfermedad congénita, que en ese momento no lo perseguía la Policía Local y que los agentes que se acercaron a él lo hicieron para intentar reanimarlo. ¿Por qué lo hacen? La única explicación es que muchos en Podemos, y sus confluencias, hayan encontrado en la muerte del mantero una poderosa arma de desgaste de su alcaldesa, después de tantos desaires y destituciones de algunos concejales. Como quiera que, además de los suyos, la oposición formal del Ayuntamiento de Madrid también buscará el desgaste de la alcaldesa por los incidentes ocurridos, resulta que Manuela Carmena se va a encontrar con un final de mandato en el que su equilibrio, tanto tiempo sostenido, se puede volver imposible. Aunque ya está dicho que, después de mil días de mandato, la alcaldesa y sus contradicciones es, para muchos, la política más fiable del gobierno de Podemos en Madrid.