Manuel Vilas-El País

La construcción social de España es lo que piden las clases trabajadoras a los políticos progresistas

Querida Ada: Bien extraña es la ruleta de la historia. Fíjate en esa ruleta deslumbrante: el 23 de febrero de 1981 un hombre paró un golpe de Estado invocando los mismos principios que otro hombre invocó delante de tu persona hace unos días en Barcelona, justo 37 años después. Si el hombre que te dijo hace unos días, en la inauguración del MWC, que él estaba allí para defender la Constitución fuese un presidente de república en vez de un rey, tú te hubieras contenido. Pero fíjate aún más en las dilatadas ironías de la historia: si el 23 de febrero de 1981 el hombre que paró un golpe de Estado hubiera sido un presidente de la república y no alguien que pudo vestirse de capitán general, el golpe hubiera podido triunfar y justos 37 años después tú no hubieras podido exhibir tu alto sentido de la libertad personal. No me reconocerás que la historia no tiene su punto de creación poética, su rara poesía, su diabólico retorno de lo mismo.

Pero entre tanto, querida Ada, allí están esas clases medias españolas, esos trabajadores de Extremadura, de Andalucía, de Castilla, de Cantabria, de Valencia, de Aragón, de Asturias, de Galicia… Esas clases medias bajas que solo tienen la herencia de una nación y a día de hoy una representación institucional, que nos gustará más o nos gustará menos, pero es la que hay. La construcción social de España es el favor que piden las clases trabajadoras a los políticos progresistas. Es imposible ganar la justicia social y el progreso en un país que tiene que atender primero la exigencia unilateral de una secesión. No, querida Ada, tú no le hiciste un feo a un rey, tú le hiciste un feo a unos 40 millones de trabajadores y pensionistas españoles que solo tienen el auxilio de una nación unida frente a la intemperie de la crisis económica, frente a la intemperie de la historia. Tú le dijiste a ese hombre que estás a favor de que unos ciudadanos vivan mejor que otros y que hay que desmontar España para que eso pueda ocurrir. De ahí la gran ironía de la historia.

Fíjate bien: tú, que en realidad deberías haberle recordado a ese hombre de manera enérgica que todos los ciudadanos españoles somos iguales y que los pensionistas se mueren de hambre; tú, que has tenido el momento de oro de la historia para exigir el progreso para todos, lo exigiste solo para unos cuantos.

Dentro de 20 años veremos con claridad quién estuvo con la democracia y quién con la demagogia. Quien se sentó con los trabajadores españoles y quien los usó para convertirlos una vez más en carne de cañón. Y tiene gracia acre y valleinclanesca que tenga que ser yo, precisamente yo, un perfecto don nadie, porque en España los escritores somos don nadies, y cuando nos hacemos viejos nos convertimos, si seguimos escribiendo, en pensionistas sin pensión, el que tenga que decirte esto. Pero esto es también una ironía amarga más de la historia, que nos arrolla a todos, siempre. Y siempre más a los pobres que a los ricos. Acuérdate de los pobres, es lo único que te pido, querida Ada, pero acuérdate de ellos con sentido de la igualdad, y si no, al menos con compasión.