Cartel y cártel

EL MUNDO 22/12/16
ARCADI ESPADA

EN la Puerta del Sol, de un modo gigantesco, y en otras ciudades de un modo más discreto, pero igualmente inequívoco, cuelgan carteles de Narcos, la mediocre serie producida por Netflix sobre los crímenes de Pablo Escobar. Los carteles muestran la cara del actor que interpreta al asesino, un brasileño de gran parecido con el Escobar real. A la foto la acompaña un pie que guiña el ojo: «Blanca Navidad». La embajada de Colombia se ha quejado a las autoridades de Madrid, porque ese cartel, que trafica con un drama contemporáneo que ha provocado la muerte de decenas de miles de colombianos, les hiere. Las autoridades de la comunidad y del ayuntamiento se han encogido de hombros y han dicho que no tienen competencias para retirarlo.

Hay argumentos para defender la presencia del cartel. El principal es que Narcos es una ficción y Pablo Escobar, un actor. Ni del cartel ni de la serie se infiere propaganda alguna ni apología de sus crímenes. Se trata de una serie de buenos y malos (como a veces es la vida, por cierto) y los malos son los narcotraficantes que, además, acaban vencidos o muertos. Estos argumentos elementales habrán sido evaluados por los diplomáticos colombianos, pero su actitud ha permanecido invariable: el cartel nos hiere. Y es muy probable que hiera también a muchas víctimas del terrorismo y a muchos otros ciudadanos sin mayor adscripción.

La pregunta es qué habría sucedido si en la Puerta del Sol se hubiera instalado un cartel gigantesco publicitando la remasterización de El último tango en París y mostrando la escena flagrante. El lema sería: «Untuosa Navidad». Uno de esos carteles que hieren la sensibilidad de ese colectivo de mujeres que, por el hecho de serlo, se consideran automática y sostenidamente víctimas. La relación entre realidad y ficción en el caso de El Último Tango es aún más remota que la que se establece en Narcos y ha de pasar por más filtros simbólicos antes de herir, dando por supuesto que efectivamente hiera. Pero es fácil suponer cuánto habría durado en la plaza un gigantesco cartel que cosificara y degradara a la mujer, como les gusta decir. La cosificación de la muerte les importa menos a nuestras autoridades: ¡al fin y al cabo ya se trata de cadáveres!

Una de las claves de la moralidad y del buen gobierno en nuestra época es de la trazar con rayo láser la frontera entre lo real y lo ficticio. Y la frontera se vulnera del mismo modo maligno cuando las ficciones publicitarias se interpretan como reales que cuando los hechos, Auschwitz digamos, se toman como ficticios.