Casado, el triunfo de la desesperación

Ignacio Varela-El Confidencial

El XIX Congreso del Partido Popular ha sido la descarga liberadora de un malestar embalsado y reprimido durante tres años en el seno del PP

Entrega un rifle a alguien desesperado, y lo disparará contra ti. Desesperado es el estado de ánimo de los militantes y cuadros del PP tras varios años de amarguras y humillaciones y ante un futuro que se presentaba negro como la noche. El rifle son las primarias, que ya mostraron en otros parajes su poder mortífero para el ‘establishment’. Y la víctima de la balacera es Mariano Rajoy, aunque el cadáver que yace sobre el suelo sea el de su ‘vicetodo’ durante los últimos 12 años.

Muchos interpretan el voto que recibió ayer Pablo Casado como el anticipo de un giro derechista del Partido Popular o como la venganza postrera de Aznar sobre Rajoy. Quizá esos sean efectos derivados de la votación, pero no su causa. Los compromisarios no votaron en clave ideológica ni buscaron dar satisfacción al antiguo patrón no invitado a la fiesta (al que la mayoría de ellos detesta tanto como antes lo temieron). Lo de ayer fue más bien la descarga liberadora de un malestar embalsado y reprimido durante tres años en el seno del PP.

Solo la exasperación general ante Rajoy y su gobierno permitió que se concitara en pocos días la estrafalaria coalición negativa que llevó a la Moncloa a Pedro Sánchez. Y solo la hartura en el interior del PP explica la doble coalición negativa que ayer encumbró a Casado: por la base, la de todos los que suspiraban por enterrar al marianismo para salir del marasmo; y por arriba, la del sindicato de odiadores de su valida.

El mérito de Casado, como antes el de Sánchez, ha sido detectar esa pulsión de rechazo y lanzarse con audacia a aprovechar la oportunidad en beneficio propio. Y la culpa histórica de Rajoy ha sido resistir en el poder hasta mucho más allá de lo razonable y soportable, incluso para sus partidarios. Eso le ha valido dos mociones de censura en un mes, una en el Parlamento y otra en su partido.

Es superficial y prematuro dar por hecho que con Casado regresará la derechona

En 2015, muchos de los que ayer votaron a Casado se vieron expulsados del poder municipal y autonómico por razones ajenas a su gestión. Tras la sangría de votos en las generales, soportaron, como todos los españoles, el año del bloqueo. Han padecido la parálisis de un Gobierno dedicado únicamente a subsistir. Han visto a sus votantes fugarse en masa al partido de Rivera, sin que nadie les diera un argumento para retenerlos. Sufrieron la humillación de ver a su gobierno burlado por los independentistas el 1 de octubre. Llevan años sintiéndose como leprosos apestados por la lluvia ácida de la corrupción. Contemplaron atónitos la entrega del poder a Sánchez mientras un bolso ocupaba el lugar de su supuesto líder, que se fue de bares esa tarde. Y están en vísperas de jugarse otra vez el pellejo en las urnas de mayo, con perspectivas tenebrosas. No es extraño que se pongan en manos de cualquiera menos de quienes los han conducido a esta situación.

Hace tres años, Rajoy hizo la operación cosmética de colocar en el escaparate a un grupo de dirigentes jóvenes para adecentar la imagen de la cúpula del PP. Los admitió en Génova, pero no en el Gobierno. Error fatal. Quizá esperaba que se quedaran quietos esperando turno en el escalafón. Casado, Levy, Maroto: podría haber sido cualquiera de ellos. Entre asaltar el Palacio de Invierno o entregarse a Rivera, eligieron lo primero.

Es superficial y prematuro dar por hecho que con Casado regresará la derechona. Se sabe que los militantes son más esencialistas que los votantes, y mucho más que la sociedad. Casado, como hizo Sánchez en el PSOE (cuya campaña de primarias ha calcado), apuntó a su público objetivo con el mensaje más eficaz para ganar esta votación. A partir de ahora el público objetivo es otro: no tres mil delegados, sino millones de ciudadanos. Lo esperable es que adapte el discurso al nuevo auditorio y a su nuevo papel.

Necesita ejercer como líder eficaz de la oposición al Gobierno Frankenstein y a la vez como competidor de su adversario directo, Ciudadanos. Que no espere Rivera seguir monopolizando la bandera del españolismo y la dureza frente a los insurrectos de Cataluña: se acabó ese chollo, por lejos que él llegue, este PP de Casado siempre lo superará. Y que no espere Sánchez la menor concesión para dar oxígeno a su gobierno o aliviar el yugo al que le someten sus peligrosos socios. Que se prepare más bien para conocer otra versión del noesnoísmo que él inventó.

Puestos a invertir el resultado de la primarias, ha sucedido lo mejor para el PP: la victoria de Casado por 15 puntos es difícilmente objetable

Pero es ingenuo pensar que veremos a Casado abrazando las causas reaccionarias, rescatando el lenguaje de la derecha nostálgica o caminando tras una pancarta de la mano de los obispos. Ese no es su producto, aunque una parte de él le haya servido para esta batalla. Casado es más bien un híbrido típico de este tiempo, tan ideológicamente agnóstico como Sánchez, capaz de combinar derecha dura con aires de modernidad, de vender a la vez esencias y renovación, de mezclar Le Pen y Trudeau. Un facha-progre del siglo XXI, tan analógico como su base electoral actual y tan digital como la que tiene que disputar a Rivera -al que le ha salido como rival un ejemplar de su misma especie, pero con un aparato detrás que multiplica al suyo.

Nada de eso le librará de hacer frente a las pesadas hipotecas que le aguardan: la némesis judicial de la corrupción. La necesidad de desmontar el tinglado del poder mariano en Génova y sacudirse la tutela de sus padrinos (Aznar, Cospedal, Feijóo) para constituirse en poder autónomo. La presión del calendario electoral: dentro de muy poco, primera cita en Andalucía, territorio sorayista, donde no se puede permitir ninguna posición que no sea la segunda sin que aparezcan las primeras dudas sobre su liderazgo.

Puestos a invertir el resultado de las primarias, ha sucedido lo mejor para el PP: la victoria de Casado por 15 puntos es difícilmente objetable. Si hubiera ganado por los pelos, el riesgo de fractura sería mucho mayor. La herida queda abierta, pero al menos ahora dispone de un margen para establecer su autoridad.

Traten de explicar a un observador extranjero que un partido arrasado por la corrupción como el PP asume el riesgo de entregarse a alguien que aún tiene pendiente un vidrioso marrón personal. No hay respuesta racional, es únicamente una solución a la desesperada para salir de la desesperación a la que Rajoy ha llevado a su partido. ¿No es posible que en España un líder político acabe bien?