Arcadi espada-El Mundo

Mi liberada:

Esta semana, durante una ceremonia de excombatientes en las afueras de París, un quinceañero faltó al respeto del presidente de la República llamándole Manu, que es como llaman a Emmanuel Macron los que pueden tutearle. El presidente se revolvió y exigió que le llamara señor presidente o señor. Y luego, dado que antes de interpelarle, el tocapelotas se había arrancado por interna- cionales (C’est la lutte finaaale) al paso de Macron y La Marsellesa, le aconsejó que antes de hacer la Revolución tratara de vivir por sí mismo. Una escena clásica del costumbrismo youtuber: tanto le casse-couillede service como monsieur le Président cumplieron perfectamente con su papel. Y es que cualquiera comprende que si no se ponen pelotas no puedan romperse.

Algo similar me pasó el martes a mí, en mi infinita modestia, en Avilés. Iba a entrar en la sala de actos del Hospital San Agustín –el psiquiatra Juan José Jambrina nos había convocado, a Manuel Arias Maldonado y a mí, para hablar del impacto moral de las neurociencias, nada menos– cuando se me acercó un pequeño grupo de chifladas. Lo encabezaba una concejal comunista que mientras balbucía que su grupo municipal me había declarado personanon grata pretendió entregarme un qué sé yo qué informe de agravios. Rígido le contesté que era una maleducada y que no iba a perder un minuto con ella. Los dos en nuestro papel: cualquiera comprende que la chifladura requiere de la salud.

La noche del viernes, en Tarragona, y en los prolegómenos de la inauguración de los Juegos del Mediterráneo, El Valido se acercó al Rey de España con la intención de entregarle un libro ilustrado y un memorial de agravios por los sucesos del 1 de octubre, cuando la Policía reprimió con notable contención –un solo herido grave– el intento de referéndum ilegal convocado por las autoridades autonómicas y paso decisivo en su estrategia de asalto a la democracia. Como demostraba la foto que el periódico publicó en portada, el Rey se inclinó a recoger el lote con gesto serio. Hay que mirar esa foto, porque explica un asunto de interés. El Valido es un tocapelotas y un chiflado, entre otras cosas porque en eso ha quedado el Proceso. Pero a diferencia del chaval parisién y la comunista de Avilés comparte estas características con el ejercicio del poder y de la representación institucional. Esto es lo que le permite humillar cómodamente al Rey mediante la entrega de un pliego de mentiras. Pero si el activista impetrante entrega al Rey el pliego; si está allí, si ha logrado franquear todas las aduanas, es gracias a su credencial institucional. De ahí que la actitud correcta del Rey –cada uno en su papel– habría sido la de mantener las manos pegadas al cuerpo mientras el otro, a cada milésima de segundo que pasaba, adquiría la patética faz amarilla del que mendiga. Una variante, quizá algo más compasiva, y para que no fuera dicho, podría haber consistido en alzar la mano, chascar los dedos y que un edecán (de service), provisto de guantes blancos, hubiera recogido de las manos de El Valido el paquete para Su Majestad.

El Rey demuestra no haber entendido la característica fundamental, y la más peligrosa, del asalto independentista a la democracia. Esa doblez consistente en que las instituciones y los escuadrones estén al cargo de los mismos. Y que los dirigentes puedan ocupar a conveniencia las estancias alfombradas o las barricadas, y parapetarse en las unas contra las otras, incluso ante los jueces. No lo entiende el Rey como no lo entendió Rajoy. El ex presidente del Gobierno nunca pudo creer, cuando empezó a tratar a Artur Mas, que aquel trajeado, convencional y solícito jefe de planta de cualquier gran almacén pudiera acabar refiriéndose a él en público y notorio como el Rajoy. Es probable que con ese desprecio empezara todo. Con él con la incapacidad institucional de atajarlo de raíz. El Rey no debió recoger el agravio. Uno no debe negociar con golpistas. Aún menos con golpistas maleducados. Y muchísimo menos si basan en la mala educación, y en su propaganda implícita, lo que les queda de golpe. El respeto institucional se lo debe el Rey al presidente de la Generalidad, estrictamente. Cuando ese respeto se proyecta sobre el activista camuflado, los efectos son desmoralizantes. Y entre los peores, la humillación colateral a la otra mitad de catalanes que no se siente representada por el xenófobo en jefe que irrumpe en los salones aprovechándose de su credencial. Por cierto, y pregunto con ofensa: ¿No hay nadie en esos salones que aprovechando su credencial en sentido contrario, una jefa de la oposición suponiéndolo, se acercara al Rey de España tras la performance del xenófobo y le entregara un volumen profusamente ilustrado de título Us presentem El Valido, título innegociable que aludiera al Us presentem el general Franco, aquel panfleto que hicieron volar en el Palau de la Música los militantes del primer pujolismo coincidiendo con la visita del Dictador, y que recogiera pormenorizadamente toda su amplísima producción literaria esputada?

Bah.

Comprendo la eficacia de miriñaque que acusa todo esto que escribo, cuando se atiende al hecho mayor. El hecho mayor es que El Valido hace público su desprecio al Rey. Genérico y también concreto. Rompe relaciones, gallea. Como si fuera alguien, se evaden los socialdemócratas. Pero es que es alguien. Alguien que acaba de firmar su insolente renuncia a la vicepresidencia de la Fundación Princesa de Girona. Alguien que bravucón anuncia que la Generalidad no invitará al Rey a ningún acto que de ahora en adelante organice. Alguien que, obviamente, no tiene la menor posibilidad de representar al conjunto de los catalanes sino solo a su facción golpista. Pero que será recibido próximamente por el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. El deshecho mayor.

Nadie puede despreciar y romper con la monarquía sin hacerlo al mismo tiempo, automáticamente, con el Gobierno de España. Entre otras razones constitucionales porque el Rey, en todo lo básico, actúa por acuerdo o indicación del Gobierno de España. Difícilmente la ya acreditada calidad moral, pero también política, del presidente Sánchez podrá ser mejor aquilatada que en su decisión de no cancelar de inmediato la entrevista. La voluntad de seguir erosionando la democracia española, distinguiendo ahora entre las legitimidades de los jefes de Estado y de Gobierno, incluso podría comprenderla la inteligencia de Sánchez. Es más: puede que la comprenda. Y que fiel hijo de su investidura haya decidido correr el indigno riesgo, fiado a los efectos de la propaganda. Pero en eso también se equivoca. Del encuentro en La Moncloa solo uno de los dos propagandis