ISABEL SAN SEBASTIÁN-ABC  

¿SE HA QUEDADO EL PP SIN RAZÓN DE SER?

LA victoria histórica de Inés Arrimadas tiene una lectura que va mucho más allá de Cataluña. Una lectura de alcance nacional y honda significación política, cuya interpretación correcta (o no) puede significar la desaparición (o no) del PP como referente del centro derecha democrático. Desde el 21-D, el Gobierno de Mariano Rajoy está en funciones y el partido refugio del voto constitucionalista es Ciudadanos. Ni PP ni PSOE; Ciudadanos. Una formación nacida hace apenas once años con el propósito declarado de defender una España de ciudadanos libres e iguales, que ha logrado vencer por vez primera al nacionalismo por su ausencia de complejos y su capacidad para transmitir convicción, valentía, credibilidad y honestidad. Porque cree en lo que hace y lo hace sin avergonzarse. El triunfo de Arrimadas obedece por tanto a algo mucho más profundo que el llamado «voto útil».

  Concidiendo con la crisis más dramática a la que se ha enfrentado Cataluña y por tanto España desde la Guerra Civil, millares de sufragios han migrado del PP y el PSC a Ciudadanos porque el electorado ha percibido esas siglas como las más capaces de brindarle seguridad. Lo cual es tanto como decir que el PP y también, aunque en menor medida, el PSOE, han perdido su principal razón de ser. ¿De qué sirve un partido de ámbito nacional si cuando la nación está amenazada no es capaz de generar confianza? 

La UCD nació para hacer la Transición y, concluída ésta, desapareció a falta de un fin que justificara su existencia. El PP de Rajoy alcanzó una holgadísima mayoría absoluta para arreglar los desastres causados por Zapatero y la perdió por su incapacidad o negativa a cumplir ese mandato. Si persiste en esa vía, puede perder mucho más. Porque no se le pedía únicamente que cuadrara los números, como se ha obstinado en creer el actual equipo dirigente en Génova y La Moncloa. Los españoles esperábamos que recuperara los valores pisoteados por el presidente socialista saliente: la derrota del terrorismo en todas sus ramificaciones, la decencia en la gestión pública, la verdad, la defensa de ciertos principios sagrados, el rechazo del relativismo y, sobre todo, la concepción de España como una nación indisoluble, indiscutida e indiscutible. Nada de eso ha sabido o querido hacer este PP. Todo ha sido cálculo, actuación, conveniencia. Y en política, la ausencia de convicción se paga. 

Ciudadanos ha venido para quedarse. Le falta banquillo, arraigo en la España interior, estructura, apoyos mediáticos… Carece del formidable poder que otorga a una formación política el control del BOE, pero le sobra frescura. Y si no se deja pervertir por las prisas o los apetitos venales, esa autenticidad lo llevará a seguir creciendo. 

Ante esa evidencia innegable, hay dos cosas que puede hacer el PP: seguir como hasta ahora, en brazos del pragmatismo sin alma, utilizando todas sus baterías mediáticas, económicas y políticas para atacar a los de Rivera, o aprender de la lección catalana. En este segundo caso, altamente improbable, Rajoy debería asumir que su ciclo ha pasado y llevarse con él al retiro a todos y todas las que han gestionado su desastrosa política de componendas con el separatismo catalán y vasco. Aprovechar la inminente salida de De Guindos para llevar a cabo una remodelación a fondo del Gobierno y fortalecer su perfil político. Hacer lo propio en el partido y el grupo parlamentario. Recuperar las ideas que antaño dieron fuerza al PP y a las personas que las defendieron. Buscar a un sucesor dispuesto a corregir sus errores. Y fraguar una alianza leal con el partido naranja. España la necesita más que nunca.