Alberto Ayala-El Correo

El PP y los socialistas salen tocados de Andalucía, aunque los de Casado van a arrebatar la comunidad al PSOE. Si el resultado del 2-D no ha sido una excepción, Rivera tendrá mucho que decir sobre el futuro de ambos en el resto de España

El PNV de Andoni Ortuzar está cada vez más inquieto ante la evolución de la situación política española. El lehendakari Iñigo Urkullu hablaba esta semana de «máxima preocupación» para referirse a lo sucedido en Andalucía. No porque la comunidad va a dejar de ser monopolio político socialista para pasar a estar dirigida por un Gobierno PP-Ciudadanos presidido por el moderado Juan Manuel Moreno Bonilla, sino porque este gabinete sólo va a ser posible por los votos de la ultraderecha, de Vox.

Desde el miércoles, el nuevo líder del PP, Pablo Casado, exhibe la mejor de sus sonrisas. Y tiene razones para ello. Al fin y al cabo su partido se hace con las riendas de la comunidad más poblada de España –también una de las más pobres– que sólo había conocido hasta ahora al PSOE en el poder.

Pero esta es sólo parte de la verdad. La que interesa vender a los conservadores. La que se intenta orillar nos muestra que Andalucía puede ser la confirmación de que el PP ha dejado de ser el partido que representaba al votante de centro derecha, al moderado, al liberal, al democristiano y hasta al de derecha extrema. Los Ciudadanos de Albert Rivera le han mordido gran parte del voto centrado, mientras que los conservadores más radicales y muchos ciudadanos desencantados han elegido a los ultras de Vox, la formación que el exdirigente alavés del PP Santiago Abascal alumbró en 2013, que hasta ahora había pasado sin pena ni gloria por la vida pública.

Génova propaga a los cuatro vientos su alegría y su confianza en que la suma de las derechas hará posible apear del poder a las izquierdas muy pronto en otras muchas instituciones. Ciertamente es una opción. Pero lo que también puede deducirse de ese mensaje es que el PP ya no cree en sus posibilidades de ser alternativa en solitario al PSOE de Pedro Sánchez, como hasta ahora. Que la colaboración que se acaba de abrir con Vox –que ha suscitado una honda preocupación en muchos barones y dirigentes populares– terminará con el regreso de los hijos pródigos a la casa del padre, como vende Casado, es algo que también está por ver.

De momento, quienes vuelven a sonreír de oreja a oreja y a estar más felices que unas castañuelas son Albert Rivera y C’s. Porque los números no engañan y nos dicen que fueron, junto a Vox, los grandes triunfadores de los comicios andaluces, en los que doblaron su número de votos. Y porque van a cogobernar gracias al pacto que los populares han cerrado con los ultras, y que pretenden que creamos que no les vincula.

Veremos si cuando se remansen las aguas insisten o no en el eufemismo. Si C’s boicotea los compromisos alcanzados por el PP con los de Abascal, el Gobierno de Moreno Bonilla quedaría en minoría parlamentaria y podría terminar saltando por los aires pronto.

Albert Rivera, que tardó en reaccionar al golpe de mano parlamentario que hace medio año terminó con la carrera política de Mariano Rajoy y aupó al socialista Pedro Sánchez a La Moncloa gracias al respaldo de Podemos y de nacionalistas, independentistas y secesionistas vascos y catalanes, se ve otra vez con posibilidades de catar poder. Mucho poder. Y no quiere dar pasos en falso.

Equidistancias

Por eso, mientras Casado no tiene empacho alguno en vender el pacto andaluz de las derechas, ultras incluidos, el político catalán juega a mantener una equidistancia imposible. Porque sencillamente es una mentira pretender que no se tiene nada que ver con Vox y gobernar como van a hacer Juan Marín y los suyos gracias a sus votos.

Pero el juego de C’s conviene ahora al PSOE y no es probable que Ferraz se cebe con ellos. No, al menos, hasta después de los comicios municipales, europeos y autonómicos de mayo que deben de clarificar varias cosas.

Entre ellas si PP aguanta en general a C’s o no. Si los ultras entran en nuevas instituciones. Y si los pactos ulteriores en autonomías y ayuntamientos se formalizan por bloques –derechas de un lado, izquierdas de otro–, si se va a acuerdos transversales por ejemplo entre PSOE y C’s, o si los partidos se inclinan en una u otra dirección según los lugares atendiendo exclusivamente a su interés.

Hace cuatro años el PP vio cómo la entente de las izquierdas, con el refuerzo de algunos nacionalistas y regionalistas, le arrebataba una parte importante de su poder autonómico y local. De las nueve comunidades en que el partido de Rajoy se impuso en las urnas hoy sólo gobierna en cuatro (Madrid, Castilla y León, Murcia y La Rioja). Otras cuatro están en manos socialistas y Cantabria, en las del peculiar regionalista Revilla.

A seis meses vista de las elecciones del 26-M la primera interrogante a despejar es en cuantas autonomías repite victoria el PP, en cuantas lo hace el PSOE –en 2015 sólo fueron dos (Extremadura y Asturias)– y si se estrena en alguna. Luego, llegada la hora de los pactos, en cuantas comunidades los naranjas deciden ir de la mano de Casado (con o sin Vox) y en cuantas prefieren a Sánchez.

Esta es la otra gran inquietud del PNV: que C’s experimente una fuerte subida, que entre en pactos de poder con el PSOE y que se consolide como alternativa en España a meses de unas generales que podrían ser en octubre. En tal caso, den por hecho que los jeltzales empezarán a sopesar la posibilidad de acortar la legislatura vasca que acaba en otoño de 2020.