Cohabitación

DAVID GISTAU-El Mundo

AÑO 2020. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, va algo mohíno en el coche. Acaba de enterarse de que ha sufrido una nueva derrota en su cruenta guerra contra la Momia del fascismo: la RAE se resiste a prohibir el uso del adjetivo franco. Además, la víspera, al repasar los deberes con sus hijas, tuvo conocimiento de la existencia de la República de Weimar y de cómo ésta colapsó. De repente, y por haberlo aceptado en su gabinete, teme ser el Von Papen de Iglesias, el culpable de haber metido a Alien en la bodega de la nave Nostromo. Son ya cuatro los ministros socialistas que acuden a trabajar con una especie de pulpo incrustado en la cara.

Iván Redondo, que va en el coche, comprende que debe improvisar algo para levantar el ánimo del Jefe. Con los posados kennedianos ya no disfruta como antes. Así que busca en la carpeta de Intrigas y Maquinaciones a ver qué broma le pueden gastar a La Derecha. Al final consigue sacarle una sonrisa cuando llama a la sede de Vox haciéndose pasar por un homosexual que se equivocó de número al intentar hacer una reserva en un hotel gay friendly. «¡Esto cuando había mili no pasab…!», llegan a oír antes de colgar. El presidente sigue melancólico. Redondo le propone dar una vuelta en el Falcon y desayunar en Segovia. Para que se sienta como Bobby Axelrod cuando lleva a sus amigos a ver a Metallica en Montreal. Eso sí anima al presidente. Él mismo llama para pedir el Falcon y se entera de que Iglesias ha hecho uso de sus credenciales de vicepresidente para cogerlo con objeto de saltarse el atasco de la A-6 viniendo de La Navata: «Otra vez lo ha pillado. Qué mamón». A veces, Iglesias coge el Falcon para sobrevolar Vallecas y mostrar a su prole, a la altura adecuada, dónde tendrían que vivir de no ser por su triunfo social. Sánchez se encuentra luego con que le han puesto el avión perdido de grafitis sesentayochistas y de lemas sobre la ira de la juventud sin futuro.

El presidente advierte que los miembros de la seguridad se han dejado barba y llevan boina. Al entrar en la sala del Consejo de Ministros, se da cuenta de que Pablo Iglesias ha acercado su silla veinte centímetros más a la cabecera de la mesa. Y que su propia butaca está algo desplazada. «Va a ser una mañana larga», piensa mientras se palpa el codo todavía tumefacto por la disputa por el espacio en la que ya se fajó con Iglesias durante el Consejo anterior.