Colau, víctima de las fuerzas que ella ayudó a desencadenar

EDITORIAL EL MUNDO – 25/05/16

· Amargo primer aniversario el de Ada Colau como alcaldesa de Barcelona, que no ha podido evitar los violentos incidentes de anteanoche en el barrio de Gracia, a lo que se suma el amago de rebelión de la Guardia Urbana.

Un grupo de decenas de jóvenes violentos destrozaron el mobiliario y sembraron el terror en Gracia como consecuencia del desalojo de un local de una entidad financiera que estaba siendo utilizado por el movimiento okupa como un centro social y cultural.

Se da la circunstancia de que Xavier Trias, cuando era alcalde de Barcelona, había decidido pagar 66.000 euros anuales por el alquiler del inmueble para evitar un enfrentamiento con sus ocupantes. Pero Ada Colau resolvió hace unos meses dejar de costear el alquiler del local, lo que provocó una orden judicial de desalojo.

En cumplimiento del mandato del juez, los Mossos acudieron anteanoche a forzar la salida de los okupas, que se negaron a acatar la resolución y desencadenaron una auténtica batalla campal. La propia alcaldesa tuvo que condenar estos incidentes: «Creo que la violencia no es el camino y que los vecinos no se merecen los destrozos». Sensatas palabras si no estuvieran en contradicción con lo dicho y hecho por Ada Colau como líder del movimiento social contra las expropiaciones.

Otro frente abierto es el que provocó la actitud del concejal Jaume Asens, que pidió a la abogada de un guardia urbano que había sido agredido por un mantero que retirara la denuncia para evitar su posible ingreso en prisión. Colau salió en defensa de Asens, pero su comportamiento ha provocado la indignación del cuerpo policial, que pide la destitución del concejal y acusa a los responsables municipales de no defender sus intereses.

Todo ello se produce en vísperas de la firma del acuerdo entre Colau y Jaume Collboni, líder del PSOE en el Ayuntamiento, por el que los socialistas se incorporarán al equipo de Gobierno municipal. Collboni respaldó al agente agredido y pidió que la Corporación se persone como acusación en el procedimiento. Y también pidió explicaciones al propio Asens.

Todo ello contribuye a agudizar las contradicciones de Ada Colau, que llegó a la alcaldía gracias a su implicación con los movimientos populares de protesta y que ahora como alcaldesa se ve forzada a mantener la defensa de la ley y el orden. Dicho con otras palabras, está empezando a ser víctima de fuerzas que ella misma ayudó a desencadenar.

Pero lo que está sucediendo en Barcelona es también la consecuencia de la falta de respeto a la legalidad promovida por las propias autoridades, que empezaron a cuestionar y desobedecer los fallos del Tribunal Supremo y luego acabaron apoyando o disculpando a los grupos anti-sistema. En este sentido, resulta absolutamente incomprensible que el anterior alcalde de Barcelona decidiera pagar a costa del presupuesto municipal el alquiler de un local convertido en centro cultural por los okupas. Con buen criterio, Colau puso fin a esta anómala situación, pero no fue capaz de prever que ello iba a terminar en los violentos incidentes de anteanoche.

La alcaldesa está empezando a aprender la amarga lección de que no se puede estar contra el sistema y sus leyes y a la vez gestionar la segunda ciudad del Estado. Ha querido jugar al papel de aprendiz de brujo y la realidad le ha estallado de forma brutal.

Colau ya no puede instigar las acciones del movimiento okupa y boicotear los desalojos decididos por orden judicial porque la alcaldesa de Barcelona tiene que situarse en el lado de la ley. Y no puede optar por cerrar los ojos ante la agresión de un mantero a un agente porque eso le resta toda autoridad moral para dirigir a la Guardia Urbana.

Ello nos retrotrae a la reflexión de ayer en la que apuntábamos que de poco sirve llegar al poder y hacerse con el control de las alcaldías de las tres mayores ciudades del país si no existe un proyecto político sólido para mejorar la vida de sus conciudadanos.

Colau y sus colegas de Madrid y Valencia se han dedicado a los gestos y los símbolos, pero han sido incapaces de enfrentarse a los problemas de gestión que conllevan estos grandes núcleos de población. Tendrán que optar entre ser coherentes a su pasado militante o dedicar su tiempo y sus esfuerzos a servir a todos los ciudadanos, sin distinción de filiación política.

EDITORIAL EL MUNDO – 25/05/16