Cómo hemos llegado a Torra

Javier Redondo-El Mundo

La verdad tiene sus límites. En Història de Catalunya, Jaume Sobrequés i Callicó los establece. El autor pretende ser riguroso y se pone sólo una cláusula de exención: el servicio a su país; de manera que narra acontecimientos «sirviendo hasta donde sea posible la verdad». Si la fábula responde mejor que los hechos constatados a las reivindicaciones supremacistas, el buen catalán debe anteponer el relato mítico a los acontecimientos. En el fondo, es la base de todo nacionalismo: la forja de una identidad legendaria. «Les guste o no, la Historia es también un arma pacífica al servicio del futuro de nuestro pueblo», asegura Sobrequés. Estas y otras suculentas citas las recoge el historiador Jordi Canal en su último y valiente ensayo: Con permiso de Kafka, que merece leerse con atención por mucho que algunos pasajes nos resulten conocidos y recientes.

Recuerda Canal que el profesor Albert Balcells sentenció: «El punto de vista del historiador que estudia Historia de Cataluña o es nacional español o es nacional catalán». O sea: dentro o fuera. No hay matices ni escala de grises. Los borra el nacionalismo porque tiene que distinguir entre los propios y los extraños, que a su vez deben sentir en el cogote el aliento del supremacismo hasta que abandonen, rectifiquen o marchen. Por eso en 1993 circularon panfletos anónimos e insultantes contra historiadores etiquetados como «españoles» a los que se les hace muy difícil la vida en Cataluña. El nacionalista Joan B. Culla defendió en Avui a los señalados e increpados.

El nacionalismo étnico –supremacismo– subordina la individualidad a la comunidad o ente orgánico. No hay vida, ni aire ni verdad al otro lado de la nación. Pius i Sais reivindicó en los albores del siglo XX la pureza de la raza catalana frente a la amenaza forastera. La escritora Leah Bonnín nos refresca la memoria. Heribert Barrera, presidente del Parlament entre 1980 y 1984, afirmó: «Si continúan las corrientes migratorias actuales, Cataluña desaparecerá»; por su parte, el ex director de TV3 JoanOliver i Fontanet aseguró hace algunos años: «Los españoles son españoles y chorizos, por el hecho de ser españoles». Eso fue antes del «España nos roba» o de las palabras de Artur Mas: «Cataluña se ha cansado de no progresar» porque España constituiría una rémora a su desarrollo.

Canal escribe Con permiso de Kafka porque todo es muy absurdo, pero más angustioso que absurdo; más asfixiante que incomprensible; inquietante que desconcertante. Explica cómo hemos llegado a Torra en tres actos: la construcción secular de la nación catalana; el pujolismo y el procés. Conecta dos ideas que articulan su tesis: los antecedentes del procés se remontan al tripartito y aprobación del nuevo Estatut; y sobre todo, la extraordinaria puesta en escena y el triunfo de la propaganda y posverdad. Cataluña no es una nación, sino un decorado; una representación coral y emocional de una liturgia: colores, símbolos, canciones, Historia y trucos semánticos: decidir es excluir y segregar y su democracia es xenofobia.