Arcadi Espada-El Mundo

EL DOMINGO, mientras tomaba unas notas para la presentación en Barcelona del libro de Rogelio Alonso, La derrota del vencedor, miles, muchos miles, de personas se reunían en Pamplona en apoyo de los condenados de Alsasua, pidiendo justicia, luego que un tribunal –de justicia– los hubiera condenado. Ahora, mientras escribo, leo que una cuarta parte de los vascos cree que ETA fue un movimiento de liberación –y por lo tanto un movimiento legítimo. A grandes rasgos, y como indican también los resultados electorales, una cuarta parte de los vascos no siente vergüenza de ETA sino más bien orgullo.

Estos datos hay que tenerlos en cuenta al leer el libro útil y serio de Alonso. Porque el libro tiene el propósito –ya desde el título, magnífico, original de Aurelio Arteta– de convencer al lector que ETA ha perdido la lucha policial y ha ganado la lucha política. No discutiré si esto es cierto, aunque no puedo resistirme a escribir el enunciado en la forma que creo justa: «El PNV ha perdido la lucha policial, pero ha ganado la lucha política». En la hipótesis de que la victoria derrotista se hubiera producido, creo que hay que añadir un elemento clave a los reproches que Alonso dirige contra los partidos y gobiernos españoles. Es fácil decir que a ETA se la debía haber desarticulado también políticamente. Es fácil la culpabilización de partidos pasivos cuando no insolventes. ¿Pero y esos miles y miles de navarros que salen a la calle en defensa del puro y duro matonismo. ¿Y ese 25% de los vascos que enaltece por activa o por pasiva a ETA?

El mal tiene su lugar en la vida y en la democracia. Mientras cumpla la ley, por supuesto. La capacidad de persuasión que tiene la democracia sobre el mal es incierta. Pero en el caso español, y sus derivas vasca y catalana, es evidente que el mal goza de una ventaja añadida: no ha habido una verdadera confrontación con él. Una confrontación que partiera del ineludible principio de la responsabilidad individual. Las críticas genéricas a los partidos o gobiernos convocantes enmascaran la irresponsabilidad de los convocados. ¿Quién le ha dicho a todos y cada uno de esos desdichados navarros que se reunieron el otro día en Pamplona que su actitud es inmoral, perniciosa y democráticamente deplorable? ¿Quién le dice a todos y cada uno de esos decorados con el lacito amarillo que su ostentación es profundamente incompatible con la dignidad del estado de derecho? ¿Quién, en fin, durante todos estos años y desde el tú a tú social, ha ridiculizado como merecen a esos nacionalistas arrogantes, retrógrados y pueriles?

Sí, ministro Borrell. El nacionalismo ha ganado porque no ha habido confrontación c