Confusión y responsabilidad

IGNACIO CAMACHO – ABC – 29/04/16

· Para interpretar el resultado electoral se necesitaba una clase política que aún no hemos sido capaces de producir.

La repetición de las elecciones no es tanto un fracaso de la política como de ciertos políticos que se empeñan en hacer una política equivocada. Que confunden sus intereses con los de la nación o que han creído que comunicar bien basta para desenvolverse en un oficio que aún no conocen del todo.

También podría ser un fracaso de la pulsión rupturista o simplemente decepcionada de muchos ciudadanos encandilados por el canto de sirenas que prometía acabar de buenas a primeras con los defectos de un sistema colapsado, y que creyeron que romper el statu quo era una receta balsámica que recompondría de inmediato el destrozo de las instituciones. En este caso más que de un desengaño se trata de un error que demuestra que cuando fallan los profesionales quizá no sea buena idea fiarse de los aficionados. Al menos el bipartidismo ofrecía certezas y estabilidades; después de tirarlas a la basura no parece lógico echarlas de menos.

Votar no consiste sólo en darle a un botón como el que enciende la luz; implica una cierta responsabilidad que no cabe depositar sólo en los representantes. En diciembre les quitamos poder a los partidos dinásticos, elegimos a mucha gente nueva, falta de rodaje, y la sentamos en un Parlamento fraccionado, sin mayorías ideológicas reconocibles y sin un mandato de gobierno claro. Es evidente que ha faltado voluntad de componer consensos, pero algo tendremos todos que ver en ese fiasco.

El dogma de que el electorado jamás se equivoca es falso, entre otras cosas porque el cuerpo electoral es sólo la suma de millones de voluntades individuales que votan por separado. Los españoles dimos lugar, cada uno por nuestra cuenta, a un resultado confuso y ahora tenemos que aceptar que los agentes escogidos no estaban en condiciones de interpretarlo.

No pasa nada porque nos pidan que se lo aclaremos, salvo que quizá nosotros tampoco vayamos a ser capaces de lograrlo. La crisis ha dejado una sociedad pesimista y frustrada, en un estado de ánimo que oscila entre la rabia y el desencanto, presa fácil de la demagogia, el oportunismo emocional, el aventurerismo y la charlatanería nihilista.

Está dividida por brechas generaciones y culturales, que proyectan una dialéctica política entre el idealismo arbitrista y el pragmatismo resignado. Su veredicto conjunto es en cualquier caso sagrado, pero eso no quiere decir que sea perfecto; el del 20-D era, de hecho, un rompecabezas endiablado, fruto de la confusión sembrada por el colapso institucional de los últimos años. Para cuadrar ese puzle se necesita una clase dirigente generosa, lúcida y versada que aún no hemos sido capaces de producir y que desde luego no nace por concepción espontánea. La que hay nos ha devuelto el problema que le dimos para resolver y a nadie debería molestar que en caso de duda se apele a ese mecanismo que llamamos democracia.

IGNACIO CAMACHO – ABC – 29/04/16