Conjetura

EL MUNDO 18/05/17
ARCADI ESPADA

PRESIDENTA Cifuentes, puede considerarse relativamente afortunada. Lo usual hoy en España es que la conjetura de la Guardia Civil sobre usted hubiese aparecido en algún periódico con este titular de portada: «La UCO acusa a Cifuentes de cohecho, prevaricación y de contribuir a la financiación ilegal del PP». Como el informe estaría en un sumario secreto ni usted ni sus abogados podrían haber defendido su inocencia con algo más que la presunción. Así habrían pasado meses. Mientras tanto usted se hubiera visto arrastrada en periódicos y televisiones y su frágil mayoría política le habría obligado a dar explicaciones parlamentarias no una sino mil veces.

Pero ha tenido usted suerte. A los pocos minutos de que se dieran a conocer las conjeturas que la Guardia Civil convierte no solo en acusaciones firmes, sino en delitos ahormados en el Código Penal, salió en su defensa el juez Velasco, el mismo que instruye el caso del Canal, donde usted tanto y tan honrosamente ha colaborado. Le faltó tiempo al juez, en cuanto comprobó que las conjeturas ya eran públicas, en hacer decir a la agencia Efe que no iba a imputarla por el asunto. Fue un procedimiento extraño; pero peor habría sido un tweet. Lástima que el juez no explicara a Efe por qué había mantenido viva en el sumario una peligrosa conjetura sin fundamento.

Ciertamente, no saldrá usted por completo indemne. Ya habrá visto que la UCO insiste; y es que la UCO es la autoproclamada UCI de la democracia española. Pero no saldrá indemne, sobre todo, por la actitud de Ciudadanos, su socio parlamentario. Porque este partido, que un día quiso definirse por la razón, la objetividad y su desprecio del populismo, da validez a una conjetura policial, aunque haya sido desestimada por el juez, y su portavoz sostiene, además, que la conjetura basta para exigirle a usted responsabilidad política.

De su caso, presidenta Cifuentes, se desprenden agrias conclusiones. Y alguna le afecta. Usted también dio valor político a conjeturas. Y, más concreta y fatalmente, usted introdujo en su código de costumbres la obligación demagógica, ineficaz, pasto del chantajismo político, de que todo investigado dimitiera por serlo. De momento sigue usted en el cargo. Pero permítame: ¿qué le diría al conjeturador, esa especie que gobierna hoy el sistema, cuando opinando sobre la extraña conducta del juez Velasco, dejara ir el reptilíneo venticello de que su alta exigencia ética sobre los imputados ha acabado por convertirse en el salvoconducto que le ha librado a usted de la imputación?

Los frutos de la sospecha, apreciada presidenta, son exuberantes y amargos.