SANTIAGO GONZÁLEZ-EL MUNDO

El letrado Van den Eyden, que tiene encomendada a sus competencias jurídicas la defensa de Oriol Junqueras, afirmó con mucho remango el día de las cuestiones previas que los tertulianos de la tele no creen que haya delito de rebelión en los hechos que en estos días se están juzgando en el Tribunal Supremo. Debería haber citado como testigos a algunos de ellos. Ya que el tribunal declinó la propuesta de convocar a Noam Chomsky, podrían haberse hecho un apaño con Elisa Beni, Pilar Rahola y Bea Talegón.

Junqueras y JoaquimForn declararon ayer ante el Supremo. El que fue vicepresidente de la Generalidad y su consejero de Interior encarnaron dos estrategias antagónicas posibles en un juicio, descritas ambas por Jacques Vergès en Estrategia judicial en los procesos políticos: la estrategia de connivencia, que tenía como arquetipo a Alfred Dreyfus, el procesado que acepta las reglas del juego y reconoce la legitimidad del tribunal, frente a la estrategia de ruptura, en la que el acusado cuestiona al tribunal y se erige en fiscal del Estado que lo juzga. Jacques Vergès, amigo de Pol Pot, defendió a los mayores hijos de puta del siglo XX de este mundo, Klaus Barbie o Carlos, el Chacal, por poner dos ejemplos.

Forn Chiariello, quizá por su carácter mestizo, optó por la connivencia, mientras Junqueras, catalán puro, optó por la ruptura: se negó a responder a nadie que no fuera su abogado, mientras Forn aceptó responder pastueñamente al fiscal. A Junqueras, que se considera un preso político, le gusta España, el ramalazo del exotismo, Spain is different, según el eslogan de Fraga cuando pastoreaba el Ministerio de Información y Turismo, años 60. Oriol Junqueras se confrontaba con el espejo y notaba más proximidad con Francia: «Los catalanes tienen más proximidad genética con los franceses que con los españoles». Él se parece más a Shrek, pero se siente más parecido a Alain Delon, el nacionalismo es en esencia un subjetivismo extraordinario.

Junqueras pasó de los hechos a las musas y se montó un mitin con la colaboración muy meritoria de Andreu van den Eynde, que le hizo en todo momento las preguntas adecuadas, justo al revés que Carlos Alsina a Quim Torra que se empeñó en hacerle las que no tocaban. Él, que es hombre de conocimientos difusos, patinó e insistió en que sus cómplices son presos políticos, consideración que hace de sí mismo el antiguo vicepresidente, ignorando la diferencia básica. Presos políticos son los condenados por delitos que no lo son fuera de las fronteras del país en que se cometen.

El nacionalismo vasco ha incurrido en este error de paralaje. En el franquismo había presos políticos; eran los afiliados al PNV, al PSOE, al PCE; bastaba cruzar los Pirineos para comprobar que miembros de partidos homólogos a los citados llevaban un vida perfectamente legal, tenían sedes abiertas y participaban en elecciones. Los presos de ETA no eran presos políticos. Aunque cruzaras los Pirineos, matar a un gendarme era asunto tan mal visto como matar aquí a un guardia civil. Sin ir tan lejos, ¿a que Junqueras no monta un patín como el del 1 de octubre en el Rosellón? Es de temer que la sentencia se lo va a explicar con más rigor a Junqueras que a Forn, ya lo verán.