Continuidades

ABC – 24/04/16 – JON JUARISTI

Jon Juaristi
Jon Juaristi

· El ascenso de Otegui revela una perpetuación de ETA en la actual izquierda abertzale.

No entiendo que produzca estupor e indignación el hecho de que, apenas salido de prisión, Arnaldo Otegui se postule para encabezar la candidatura de Bildu en las elecciones autonómicas vascas. Es más, creo que se le debe agradecer que permita así visualizar la continuidad de ETA, ente vasco que, como la materia según Lavoisier, ni se crea ni se destruye: sólo se transforma. A comienzos de la transición, ETA se desdobló en ETA y HB para combatir más eficazmente a la democracia. Bietan jarrai!: es decir, sigamos en los dos frentes, en el del hacha y en el de la serpiente, combinando fuerza y astucia, forza e

froda. Si el primer frente cae, pasemos al segundo todos los efectivos. La guerra y la política son, para la izquierda abertzale, vasos comunicantes. A mayor presión sobre la superficie del terrorismo, subida de nivel de la política digamos que legal. Y si la presión es tan fuerte como para impedir toda actividad terrorista, la totalidad de las energías disponibles se volcará en la política, pero sin abandonar el más mínimo de los objetivos estratégicos. Se pueden modificar los medios, no los fines. Los cambios tácticos no suponen alteración de la estrategia. La táctica es, por definición, reversible.

Esto fue, en síntesis, lo que sucedió con el «proceso de paz» de Zapatero. El complejo ETA-Batasuna se pasó al segundo frente y cambió de nombre unas cuantas veces, pero no de estrategia ni de liderazgo. No será porque algunos no lo hubiéramos advertido. En mi caso, ya expliqué por extenso en su día cómo ETA y su apéndice político habían hecho suyo, desde los años ochenta, el principio de la «guerra infinita», una operación antidepresiva de la izquierda académica francesa ante el acelerado derrumbe del comunismo occidental que precedió en veinte años al del socialismo realmente existente.

El curso de Foucault de 1976 en el Collège de France estuvo dedicado a una brillante retorsión del concepto de la guerra como continuación de la política por otros medios, propuesto por Clausewitz en su famoso tratado. Según Foucault, ante la derrota de la revolución, los revolucionarios debían convertir la política en una continuación de la guerra, como lo había hecho en otros momentos históricos la contrarrevolución, que nunca se dio por vencida.

En su último libro, que acaba de publicarse en España (La carrera hacia ningún lugar, Taurus, 2016), Giovanni Sartori sostiene que la izquierda comunista optó, frente a una definición estricta y política de la revolución (como la de febrero de 1917 en Rusia), por otra omnicomprensiva y económico-social (la revolución de octubre) que se revelaría catastrófica: «La definición política de revolución –escribe Sartori– configura… un acontecimiento que debe terminar y que termina (exactamente igual que la guerra) en un momento preciso: con la derrota del vencido y la victoria del vencedor.

Por el contrario, la definición omnicomprensiva configura una revolución que no termina nunca y, por lo tanto, desemboca en la teoría de la revolución permanente. Si la revolución debe rehacerlo todo, y al final del final debe rehacer incluso al hombre, entonces puede tener que continuar hasta el infinito o en todo caso ad indefinitum».

ETA tomó del bolchevismo esta segunda idea de la revolución, que el Foucault de 1976 maquilló para desvincularla en lo posible del marasmo soviético. En cualquier caso, llámese «revolución permanente» o «guerra infinita», allí donde se ha impuesto como programa político ha derivado fatalmente en terrorismo (desde la oposición) o en terror totalitario (desde el poder). La historia de la izquierda abertzale no ha sido una excepción a la regla y, lo que es peor, no lo será en el futuro. Al tiempo.

ABC – 24/04/16 – JON JUARISTI