Contra la resignación

ABC 24/03/17
IGNACIO CAMACHO

· Claro que se pueden hacer cosas. La primera, evitar el conformismo, la tentación claudicatoria del apocamiento

NO se trata de acostumbrarse. El nuevo terrorismo plantea, por su modus operandi, una cierta inevitabilidad en el sentido de que es en gran medida imposible de prever: usa elementos cotidianos como armas homicidas indiscriminadas y elude a los servicios de inteligencia reclutando en el silencio de internet a chalados que se autorradicalizan en la prédica del odio. La teología de la seguridad carece de certezas absolutas y los yihadistas han encontrado una fisura que los vuelve casi indetectables. Tendremos que acostumbrarnos a sufrir, sí, pero eso no significa que haya que resignarse. Porque es falso que nada se pueda hacer y porque la resignación es el vestíbulo de la derrota.

Y claro que se pueden hacer cosas. La primera, evitar el conformismo. Luchar contra la tentación claudicatoria del apocamiento. Tener voluntad de resistir, espíritu de lucha y ánimo de victoria. Convicción sin flaqueza en los valores propios y determinación para asumir los costes de defenderlos. Costes en vidas pero también en comodidad y acaso en derechos.

Combatir implica sacrificios, renuncias. Significa ser conscientes de que el desafío no declinará porque nos neguemos a verlo. La yihad es una guerra y en las guerras hay que tomar decisiones excepcionales. Hay que aceptar para empezar la existencia misma del enemigo, y luego tratarlo como tal, sin ñoñerías multiculturales ni buenismos. Sin mala conciencia ni equidistancia ideológica, sin complejo de culpa por ser libres. Sin ceder a la idea que algo malo habremos hecho. Cuando los atenienses defendían su democracia ante los persas nunca pensaron que compartían la razón con ellos. Estaban seguros de su modo de vida, de su superioridad moral, y por eso vencieron.

El enemigo no son los musulmanes; es el islamismo. El delirio extremista de una teocracia fanática que trata de aprovechar la libertad de la sociedad abierta para liquidarla con nosotros dentro. Y lo hará si no somos conscientes de la gravedad del empeño. Si nos negamos a dotarnos de elementos de defensa democrática –civil, legal, militar, armada– que nos permitan ganar el duelo.

No hay medidas balsámicas ni fáciles: nos van a dar fuerte y será doloroso. Tendremos que cerrar filas y dejar de buscar culpables entre nosotros. Perderemos si discutimos lo que ellos no discuten, si dudamos cuando ellos no dudan, si flaqueamos donde ellos no flaquean. Si ofrecemos una boba paz cuando ellos plantean la cruda guerra.

Ésta es la cuestión. Acostumbrarse al sufrimiento sin someterse a él, sin abdicar de los principios ni aceptar que haya razones para merecerlo. Hay pueblos, sociedades, que se resignan a perder y pierden porque dejan de creer en sí mismos y se debilitan por dentro. Sufrir, vaya si sufriremos. Pero la base de esta lucha de supervivencia es la ausencia de complejos para asumir que ellos son los malos y nosotros los buenos.