Antonio Rivera-El Correo

Han recurrido como imagen a la víscera más noble. Corazones coincidentes, de trazos variados, sustituyen o comparten históricos iconos. Aleteos que nimban aurículas, corazones rotundos disputando con puños y rosas, otros que esquivan y reemplazan asteriscos sin género preciso, aquellos originales que funden hasta tres identidades territoriales. Los expertos en la cosa se reparten entre quienes lo explican como excusa no pedida: la campaña va a ser dura y está bien empezar apelando a los buenos sentimientos, y los que no ven en ello sino otro sometimiento más a las modas juveniles de las redes sociales. Quizás se trate de apelar directamente al órgano que se reclama en esta campaña, mucho más estético que un rugoso cerebro, mucho más práctico y fácil de estimular que aquel que mueve la razón. La política de masas se hace desde hace un siglo apelando al corazón y al estómago, con estéticas viejas o renovadas; el cerebro no mueve masas (al menos, en la dirección única buscada).

De manera que volvemos a otra campaña a la contra, donde nos excite más el temor al de enfrente que la razonable inclinación por el propio. La pregunta de inicio, la que empuja a plantearse una u otra papeleta, es: ¿qué no serán capaces de hacer esos otros? No cómo van a solucionar los importantes problemas del país el nuestro, sino cómo amenazan los de enfrente lo que ya hay. ¿Serán capaces de rebajar el salario mínimo, aplicar un 155 estructural, pactar con los secesionistas, cuestionar el sistema de pensiones o el concierto, tirar la casa por la ventana con demagogia social, volver a ilegalizar supuestos de aborto, dejar a Franco donde está, sacarlo de allí, no hacer nada, hacerlo…?

No queda claro si le irá mejor a cada cual destapar a las claras o velar las recetas que nos traen. Tanto mueven como alejan con cada una de ellas. Ello indica una clara incapacidad para alcanzar mínimos comunes denominadores operativos, dispuestos a resolver los problemas reales. Funciona mejor en campaña la oposición que la proposición. Pero después de esta solo será viable la disposición, tanto a buscar esos puntos coincidentes como a mostrarse abierto a pactarlos con los contrarios. Un cambio de cultura política que todavía no se aprecia.

Quizás porque es demasiado pronto antes del 28-A. Pero a la vista del tiempo que llevamos perdido en legislaturas inútiles, quizás sería el de la disposición un factor a considerar a la hora de resolver el voto. Cuarto y mitad de cerebro, y el corazón dejarlo para los amores que valen.