Corrupción, divino tesoro

JORGE BUSTOS – EL MUNDO – 21/04/17

· La corrupción sería un asunto fascinante si la tratáramos con un poco más de curiosidad, en lugar de despacharla mecánicamente pidiendo dimisiones como un linier de brazo fácil. Salta un nuevo caso, detienen al enésimo cacique, se llama a declarar al presidente y corremos a redes y tertulias a ruborizarnos como calvinistas, segundos antes de prender la fastuosa hoguera de la purificación.

La intensidad de cada fuego, sin embargo, varía en función del combustible: el último corrupto del PP avivará la llama roja de la izquierda, mientras que la picaresca podemita arde más alto en la indignación conservadora. Pide Pablo Casado que la corrupción no sea utilizada políticamente, en aras de un compromiso transversal para combatirla mejor; pero en el país por donde vaga errante la sombra de Caín nadie está dispuesto a renunciar a su mejor baza en la lógica de la confrontación partidista. Empezando por su PP. Hoy las elecciones se pierden o se ganan ya solo por dos motivos: por una crisis económica o por un escándalo oportuno. Los programas y las ideologías solo interesan a los cerebrales y a los románticos, respectivamente.

De modo que la corrupción sigue siendo un arma cargada de futuro. A decir verdad ya lo fue en el pasado: cabe recordar, ahora que se cumple el quinto centenario de la Reforma, que Lutero nunca habría consumado con éxito su emancipación de Roma sin la ostentosa disipación de los prelados renacentistas. Personalmente sé pedir dimisiones tan bonitamente como cualquier español: ayer mismo pedí la de Aguirre y la vuelvo a pedir ahora, que no se diga. Creo que para describir este aguirrismo abierto en Canal por la operación Lezo hay que recurrir ya al lenguaje modernista y decir, con Valle, «pestífero lamedal» o cosa por el estilo. Pero más allá de esta higiénica aclaración, vayamos a la esencia del fenómeno. ¿Qué decimos cuando decimos corrupción?

Para la derecha todo depende de la moral individual: uno elige corromperse por codicia. La izquierda, en cambio, atribuye la culpa al sistema entero, pues el capitalismo es –como me dijo don Iglesias en su mañana más sincera– «ontológicamente abyecto». Y por tanto es lícito disparatar vendiendo una trama que mezcla corruptos procesados con periodistas que destaparon esa misma corrupción o con empresarios sin otro pecado que su éxito, a fin de intentar un asalto indignado al poder para una vez allí sustituir el sistema por otro, infinitamente más corrupto y criminal, pero incomparablemente más poético.

Ahora bien, la corrupción solo se vuelve sistémica bajo la premisa de la impunidad. La izquierda no puede reconocer que el sistema –jueces, fiscales, Guardia Civil, Cifuentes aportando un dossier– se purga a sí mismo sin necesidad de abandonarse a los mesías de la ruptura, porque entonces debería aceptar que el Estado social de mercado es un final de trayecto que no admite más remoción que la de sus malos gestores. Descubriría así el libre albedrío y abjuraría del determinismo histórico y de la conspiranoia multiusos. La derecha, por su parte, tolera la corrupción de los suyos a cambio de que no le expropien la hacienda ganada con trabajo, herencia, talento o chiripa.

Unos y otros, en fin, sentencian que España es una charca. Se bajan ufanos de este país de pandereta por una suerte de narcisismo defensivo. Si todos roban, yo no seré el gilipollas que pague el IVA, o declare todo en el IRPF. Y así, amigos, es como se perpetúa la famosa corrupción española.

JORGE BUSTOS – EL MUNDO – 21/04/17