Corrupción sobrevalorada

EL MUNDO 16/10/16
JORGE BUSTOS

POR LA atención que concedemos a la corrupción se diría que la Colombia de Pablo Escobar, al lado de la España de Mariano Rajoy, era un convento jansenista. No es que eso que don Mariano llama «ruido» o «martilleo» carezca de toda gravedad, ni que por lo demás no esté siendo juzgado con tanto escrúpulo como transparencia; es que la alarma que alcanza cada hito procesal de Taula, Púnica, Gürtel o ERE no se corresponde con las proporciones reales de la lacra. Los casos en tela de juicio informan de un pasado cleptocrático, sí, pero pasado, mientras el presente político del país aplaza desafíos infinitamente más relevantes, el primero de ellos un pintoresco bloqueo decimonónico que tiene a Moscovici jurando en belga y al general Pavía revolviéndose en su tumba. El hecho es que la corrupción está sobrevalorada y creo saber por qué.

A los medios nos gusta una buena hoguera lo que a un tonto una tiza. Sin el queroseno del corrupto diario me dirá usted cómo alimentamos la tertulia con un mínimo de audiencia. El negocio es redondo: el periodista cumple su orgullosa función de contrapoder y el público ve masajeado el órgano de su indignación, que en el español siempre está empinado. A ti, noble ciudadano, te arde la hemoglobina democrática cuando ves a Rita o a Chaves en el cepo catódico, pero eso no va a convencerte de que dejes de pedir 200.000 euros en A y 100.000 en B al próximo interesado que llame preguntando por ese piso remozado que has puesto a la venta en Idealista. Y luego que si políticos chorizos. Por el camino, se ha hundido el prestigio de la democracia representativa. Personalmente, cuando me sirven en la mesa de debate una paella de pícaros valencianos o un gazpacho de malversadores andaluces me atrapa un silencio angustioso. No se me ocurre qué añadir al proceso judicial del que toque opinar, más allá de pedir muchas dimisiones. Será porque nunca sentí la llamada del periodismo de investigación.

Aparte de medios y contribuyentes, la corrupción está sobrevalorada por culpa de los políticos, claro. No de los políticos corruptos, que valoran muy bien lo que hacen, sino de los limpios, que encuentran en la corrupción el pretexto para no hacer su trabajo. Que consiste básicamente en pactar cosas. Desde que los ventiladores de mierda funcionan a pleno rendimiento, a nuestros representantes les domina un complejo de pureza de sangre que cronifica la parálisis institucional. Cobran por tirarse imputados a la cabeza desde la bartola de un iPad, como si la corrupción no fuera un problema muy menor comparado con la recuperación económica, el plan secesionista catalán o la reforma educativa. Fue la corrupción de la Iglesia la que engendró el cisma luterano, y fue la corrupción del bipartidismo la que originó y sostiene el multipartidismo, pero el poder temporal debería ser lo contrario del dogmático. La corrupción, mucha o poca, jamás puede servir para estigmatizar a un partido democrático, ni para justificar un veto perezoso, puritano y sectario. Convergencia no es repugnante porque tenga sus sedes embargadas, sino porque ahora aspira a embargar la soberanía de los demás. Pero quizá se dan a la guerra de autos porque no saben cruzarse ideas. Se ponen o quitan medallas regeneradoras, pero ese vil metal luce para un telediario, no para una generación.

Judicializamos la política porque el Derecho es el refugio de los líderes sin discurso. Sólo las marujas y los dementes se obsesionan con la limpieza.