Cosa nostra a nuestra costa

EL MUNDO 06/03/17
CAYETANA ÁLVAREZ DE TOLEDO

En el centro de Oxford hay un pequeño edificio neogótico de ladrillo rojo. Tiene interiores de madera crujiente, una biblioteca estupenda y un bar donde venden el vodka más barato de la ciudad. Es el Oxford Union, un foro de debate privado. Pronto cumplirá 200 años y entre sus ex presidentes figura Boris Johnson. Grandes personalidades han ocupado su tribuna. En 1978, Nixon pronunció allí su primer discurso después de Watergate: «La fastidié. Y he pagado el precio». En 1996, mis amigos hicieron cola para ver al absuelto O. J. Simpson. Y en 2014, Richard Dawkins habló del meme, de la idolatría, de Pinker y del primer volumen de sus memorias, An Appetite for Wonder. Fue el glorioso contrapunto a una cierta decadencia. Entre los oradores de los últimos años figuran Pamela Anderson, la rana Gustavo y un político español procesado por desobediencia a la legalidad democrática.

Artur Mas habla bien inglés. Sin embargo, tituló su conferencia The United Kingdom is not Spain. La frase no tiene la fuerza subversiva del Catalonia is not Spain y el orden de los factores sí altera el producto. No es lo mismo decir que el Reino Unido no es España que decir que España no es el Reino Unido. Lo primero es un elogio a España y lo segundo al Reino Unido. Si el Reino Unido no es España, entonces no somos una unión de naciones y no saldremos de Europa. Qué bien.

Su intervención, en cambio, se entendió perfectamente. Se reclamó heredero del obedezco-pero-no-cumplo virreinal: «La ley se ha de respetar, pero no se ha de abusar de ella». Aplíquese en días alternos y no a todos por igual. Se apiadó de los charnegos: «No podemos ignorar que el 70% de la población de nuestro país no tiene raíces en Cataluña. El castellano y el catalán deben tener el mismo estatus». Gràcies. Abofeteó a sus compañeros de viaje y avisó a Juan Abreu: «Si algún día la CUP gobierna Cataluña, la convertirán en Cuba». En la patria del autor de Hamlet, comparó su Cataluña soñada con una «Dinamarca mediterránea». Anticipó «tensiones entre Barcelona y Madrid». Un clásico. Y aseguró que the process es un homenaje a la democracia. El mismo día que hasta Enric Juliana se estremecía por el golpe parlamentario de Junts pel Sí.

El relato del ex honorable es una versión delirante de la leyenda negra desmontada por Elvira Roca en su libro Imperiofobia: «Británicos –¡escoceses!–: qué suerte tenéis; miradnos a los pobres catalanes, sometidos a la España autoritaria, tétrica, inquisitorial». Facha y choni, diría EiTB. Es una pena que Sir John Elliott, que vive a las afueras de Oxford, no quisiera asistir a la conferencia. Lleva varios años preparando una monumental historia comparada de Cataluña y Escocia, y podría haber matizado los excesos del ponente. Por cierto, el 30 de marzo, abordará el tema en Barcelona, invitado por Expansión.

Y es una lástima, también, que entre el público no hubiera ningún representante del Estado. Porque Mas sí dijo una cosa que merece una respuesta seria: «El Gobierno utiliza las cloacas del Estado con confidentes pagados con dinero público en contra de los políticos soberanistas». Cuatro días después, sus palabras siguen flotando en el aire. España, como Dinamarca… Y Mas, en Harvard, diciendo que el proceso es un win-win.

A mediados de 2014, tuve una conversación inquietante con un alto cargo del ministerio de Interior. Mas estaba preparando el referéndum del 9-N y le pregunté por los planes políticos del Gobierno. Me contestó: «No te preocupes. Vamos a pillarlos por la corrupción». Cuando cesó en el cargo, volví a interpelarlo. «Sí, fue un error». El más estúpido y grave que puede cometer un Estado democrático. En vez de combatir el desafío separatista con la frente alta, el Gobierno decidió hacerlo por la espalda. Policialmente. Periodísticamente. Una vez más, no confió en la política. En la superioridad moral de sus argumentos. En la fuerza benéfica de la ley. Los españoles pagaremos sus oscuras acciones como pagamos su pasividad.

La actitud del Estado puede invalidar algunos hechos investigados por la Justicia. Pero no anula la realidad. «Señor Mas, usted tiene un problema y se llama 3%». La frase de Maragall sigue vigente siete años después y volverá a protagonizar las portadas. El ex administrador del Palau, Jordi Montull, anunció que esta semana será divertida. Si lo es, que además sea útil. El caso Convergencia debería sepultar definitivamente una de las más arraigadas coartadas de la corrupción: la idea de que robar para el partido es menos grave que robar para uno mismo.

Hace unos días, Mas acudió a una entrevista en La Sexta. Preguntado por la imputación de dos ex tesoreros de Convergencia, contestó de forma opuesta a como suele hacerlo el Partido Popular cuando le interrogan por Gürtel. El PP intenta presentar a Bárcenas como un lobo solitario de la corrupción. Mas, en cambio, insiste en que Osàcar y Viloca son dos corderos: «Sé que nunca se meterían un euro en el bolsillo».

Fotos de pantagruélicas mariscadas. Cuentas millonarias en Suiza. Picassos al por mayor. Pocas cosas activan más la indignación y los clics que la confusión entre lo público y lo privado. «Se forró a nuestra costa». Para la cosa nostra, en cambio, hay cierta comprensión. La financiación irregular de los partidos se considera parte del sistema. Ese murmullo cómplice: todos lo sabíamos. Esas confidencias en la sede: pero si todos hacemos lo mismo. Y en todos los países. Y en todas las épocas: «¿Qué hubiera sido del imperio español en América sin el corrupto clientelismo virreinal? Dime, ¿eh?».

La democracia puede sobrevivir a mil mangantes. A un presidente con grifos de oro en casa. O a una vicepresidenta con estilista a costa del contribuyente. Lo que no puede soportar es la corrupción política, el robo coral. Así lo entendió Gladstone, que de jovencito también fue presidente del Oxford Union y que en 1874 impulsó el Corrupt Practices Act contra la financiación irregular de las campañas electorales. Las donaciones a cambio de adjudicaciones no lubrican el sistema; lo carcomen. Los concursos amañados atentan contra la igualdad de los ciudadanos. Impugnan el mérito y la objetividad. Agravan la endogamia. Provocan una profunda desmoralización social. Convierten a las élites en una mafia y a la democracia en una trama organizada.

El 3% es devastador. Como Filesa y Gürtel, con un agravante de orden político. El comisionista-secesionista opera bajo una doble coartada: «Robar para uno mismo es peor que robar para el partido. Y robar para el partido es peor que robar para la patria».

La nación propia es al corrupto lo que las vírgenes al yihadista: el paraíso que justifica el crimen. Y en el paraíso catalán, Mas es el desobediente Adán. Su responsabilidad debería condenarlo al destierro político. Digan lo que digan los jueces del 9-N, está moralmente inhabilitado para volver a ser candidato a la Generalidad. Desafió a España, pero antes gobernó contra Cataluña.