Crujidos

ABC 02/06/17
DAVID GISTAU

· No sé cómo interpretar el último poltergeist del Parlamento durante la votación de presupuestos

HACE algunos años, cuando la discusión nacional estaba influida por las filtraciones y las goteras morales de la corrupción, al Parlamento le estalló una tubería en día de pleno que anegó la tribuna de prensa. Fue algo extraño. Como si el viejo Hemiciclo tuviera vida propia y afán opinador y hubiera querido hacer una analogía del boquete que Bárcenas había abierto al sistema. Las venas del Parlamento sufrían un aneurisma metafórico justo cuando volvíamos de la impugnación asamblearia de su capacidad de representación y del cerco aquel de «Rodea el Congreso» que, por una tarde, tuvo a los diputados tan atemorizados que sólo les faltó reservarse una última bala del tambor para no caer vivos en manos del pueblo empoderado. Tanto en el continente como en el contenido, el sistema petaba.

Como soy aficionado a las películas de submarinos, me gustó ver lo de la tubería como una de esas escenas en las que a un sumergible obligado a descender a profundidades desaconsejables empiezan a saltarle los tornillos por obra de la presión. Cuando unos operarios repararon la brecha, por cierto, y pasaron una mano de pintura, resultó que ya no salían las cuentas de los impactos de bala debidos a la célebre ráfaga de metralleta dirigida a la tribuna de prensa durante el 23-F. A la historia de España le faltaban de repente orificios y, no sé si me falla la memoria, pero es posible que el presidente de entonces mandara volver a abrirlos con una taladradora. Disparando seguro que no, pues ya oí decir una vez a un guardia de las escoltas que aquel «agrupamiento» de balazos del 23-F demostraba gran pericia del tirador. Si el arquetipo de nuevo golpista es Rufián, imaginen el agrupamiento que podría resultar de su uso de una metralleta. Ya sus ráfagas de palabras son más locas y dispersas que las de un AK-47 disparado al aire durante una boda en Kabul. Lo sé porque también se quedan incrustadas en la tribuna de prensa y nos pasan rozando.

No sé cómo interpretar el último poltergeist del Parlamento durante la votación de presupuestos. De repente, han comenzado a partirse literalmente los escaños, como si la fatiga del régimen del 78 se hubiera ahondado con los últimos encarcelamientos y con la inmensa esterilización marianista y ya ni las sillas fueran capaces de soportar el peso de los próceres de la patria. Fíjense que se rompen debajo de diputados que ni siquiera están gordos ni traen un gran peso doctrinal, pues son de Ciudadanos: livianos, flexibles, adaptables, bisagras «prêt-à-porter». Más que los muros de la patria nuestra, hay que mirar sus fundamentos, sus sillas, que crujen al partirse en el advenimiento del septiembre independentista como si, efectivamente, la presión de las profundidades que hemos alcanzado fuera excesiva para la avejentada carcasa de acero del sistema. Como se rompa una silla más, yo mismo declararé inaugurado un periodo constituyente que desaloje todo este quietismo corrupto que no hay operario que lo disfrace con una mano de pintura.